A quienes están en el centro de operaciones del PP no les llega la camisa al cuerpo. Pongamos que se trata de Fernando López Miras y de Teodoro García, pues al margen de ellos en el entorno del PP no hay más que especulaciones. Pero se les nota que están sufriendo. Las listas electorales las están pariendo con dolor, y especialmente la del Senado no la completan ni con fórceps. Y es que Vox pisa los talones a los populares, según sus propias vietnamitas y las de alrededor. El demoscópico de moda, Michavilla, que ha sustituido al CIS para dar cierta credibilidad a las encuestas, ha declarado que una de sus perplejidades es el crecimiento de Vox en la Región de Murcia. Y eso que no pisa nuestras calles, donde a cada paso te asalta un propagandista de ese partido, no siempre identificado como tal, pero ejerciendo de papagayo.

Que viene Vox.Todos los indicios apuntan a que la emergencia de Vox no solo le da un mordisco sustantivo al PP, sino que podría partirlo casi por la mitad. En las generales, ya admiten que, a costa de las expectativas que parecían permitir la revalidación del escaño de Podemos, Vox se les puede subir a dos diputados, uno menos de los que calcula obtener el PP, de modo que la cuenta cambiaría respecto a previsiones anteriores, y quedaría así: 3 PP, 3 PSOE, 2 Cs, 2 Vox. Vox, uno menos que el PP.

Y en las autonómicas, la avalancha parece incontrolable. El PP ganaría por los pelos frente al PSOE, pero a muy poca distancia de Vox, que se le subiría a la chepa incluso a Cs. Hasta el punto de que aun si se diera la suma de los 23 diputados que determinan la mayoría entre PP, Cs y Vox, la fuerza de este último sería tan arrolladora que, en la práctica, podría sustituir al partido de Rivera como segunda fuerza de la derecha. Y esto supondría que en un pacto tripartito, los que vienen a caballo se pedirían nada menos que la presidencia de la Asamblea Regional.

Demasiado para Cs. Si este partido, en Andalucía, hizo la vista gorda para que el PP concertara con Vox un pacto de investidura que le permitiera formar Gobierno con los populares, otra cosa sería que en Murcia los de Abascal exigieran lo propio a Cs. Con la casi decena de diputados que ya se le atribuye a Vox en el mejor caso para los intereses éste, esa fuerza política no se resignaría a protagonizar un papel testimonial, de mero cortafuegos para impedir un Gobierno virado a la izquierda o ser compensado con alguna gratificación irrelevante en los acuerdos legislativos.

Si Vox se pone a la espalda del PP, como éste teme, querrá decidir y gobernar y, como poco, se pedirá la presidencia del Parlamento regional aunque ésta sea una institución que rechaza en su programa máximo, que, de momento, es el único que tiene. La moderación parlamentaria pasaría así de las manos del PSOE a las de Vox, lo que por paradójico que parezca es aún más inconveniente para el PP.

Las incompatibilidades. Pero esta composición es utópica en la práctica, ya que Cs no podría ratificar ese modelo, ni siquiera a cambio de la vicepresidencia del Gobierno. Su drama es que si Vox les da el sorpasso, los de Rivera no podrían aceptar, aunque el conjunto de la derecha volviera a sumar mayoría, un socio de tan señalada identidad y tan crecido. Pero con el PSOE tampoco sumaría, y el socio necesario (Podemos) para que, con suerte, pudiera establecerse esa suma, no es compatible con Cs, y solo con IU, que podría entrar al hemiciclo restando uno o dos escaños a aquéllos, tampoco alcanzaría, aparte de que se supone que la incompatibilidad de los liberales será mayor con los comunistas, y ya no digo de la de éstos con aquéllos.

Parálisis popular. Hace unos quince días, algunos dirigentes del PP aún aspiraban a la posibilidad de un cuarto diputado nacional en la intuición de que el fenómeno Vox se fuera apaciguando, pero las más inmediatas auscultaciones demoscópicas los vienen convenciendo de que el fenómeno es imparable. Tanto, que hasta les alcanza. Y esto sin que Vox, o precisamente por eso, tenga una intervención ocasional en los debates de la política regional. Vox es un fantasma que avanza mediante una dinámica secreta, un equivalente al viejo topo marxista que mina los cimientos del establecimiento político.

El PP se ha paralizado en el diseño de sus planes. No quiere mirar a Vox, pero Vox lo condiciona, porque es la termita que lo desangra. De ahí que no termine de cerrar las listas y que los nombres vayan cambiando de casilla con el propósito de apurar hasta el último voto posible.

A este ataque más o menos interno (porque Vox es, en definitiva, un acceso interno, aunque producto de una desafección cuyas responsabilidades también comparte la izquierda) se suman las necesidades de recomposición de una organización más o menos agotada, de la que huyeron a buenos refugios institucionales los dirigentes que disfrutaron de la crecida cuando vieron venir la debacle que por su gestión se cernía sobre el partido. La nueva generación, a la que se le encomendó en realidad el cierre de la empresa, intenta controlar una nave a la deriva para sobrevivir como herederos de la ruina política que les legaron sus predecesores.

El laberinto del Senado. La lista del PP al Congreso, al menos la existente a estas horas, incluye tres nombres (Teodoro García, Isabel Borrego y Francisco Jódar) que no contemplan el factor territorial de Cartagena, y justo cuando han de enfrentarse a un PSOE cuyo cabeza de lista, Pedro Saura, procede de esa comarca. La composición de poderes internos ha desbordado, en el escaso espacio de los puestos de salida, la precaución de la distribución territorial. Tal vez intenten compensarla en la lista al Senado, otrora encabezada por la exalcaldesa de la localidad Pilar Barreiro, pero ésta ya no puede contar, pues no es de la cuerda, y tocaría recolocar al hermano del presidente local, Joaquín Segado, Domingo, ya que éste es diputado regional y no habrá repeticiones de la actual tanda. Pero este Segado parece poco reclamo para lo que se juega en la Cámara Alta en unas elecciones tan apretadas, en las que el partido ganador será el que, a pesar de empatar en el Congreso, pudiera arrasar en el hasta ahora aparentemente residual Senado, una Cámara solo importante cuando el partido de la oposición, como es ahora el caso, tiene mayoría frente a la que en el Congreso determina el color del Gobierno.

Una de las razones que se pretexta en los mentideros para que el PP murciano sea uno de los pocos que no haya resuelto aún su candidatura al Senado se transmite como un rumor, y es que habría que colocar a Ramón Luis Valcárcel en esa candidatura, una vez que no cabe en la europea, de cuya exclusión se derivaría que cobrara mil euros menos de pensión mensual que si la concluyera en una primera y única legislatura, según aseguran en el PP. Aparte de que si quedara al margen de aforamientos, los jueces que instruyen los casos Desaladora de Escombreras o Novo Carthago tal vez pudieran, al menos, interrogarlo.

En resumen, a la cúpula del PP no le llega la camisa al cuerpo porque a pesar de que la composición tripartita se pudiera imponer a la suma de la izquierda, el sorpasso de Vox a Cs arruinaría la continuidad de un Gobierno presidido por López Miras. Es lo que está en el aire.