El carácter impreciso de la actualidad no puede pasar desapercibido a ningún observador atento de la realidad. La inconsistencia, que configura la sociedad secular en la que nos movemos, es la base sobre la que Roberto Calasso ha escrito La actualidad innombrable. Obsesionado por la necesidad de dar respuesta al surgimiento del terrorismo islámico, una de las señas de identidad de nuestro tiempo, y advirtiendo que dicho terrorismo invoca el sacrificio y el odio a la sociedad secular, Calasso propone una reflexión sobre nuestra civilización que no puede dejar indiferente a nadie, porque de lo que se trata es de «comprender la metamorfosis del sacrificio en la era secular». Señaladas las pautas, el objetivo es tratar de definir la sociedad secular, también definida como sociedad experimental, una sociedad que se concentra en sí misma y que carece de creencias, pero en donde la superstición ha permitido sustituir la religión por un único ídolo, lo social.

Sin duda, algo que enorgullece a la sociedad secular es la institución de la democracia. Pero, ¿cuál es el futuro de la democracia en nuestra civilización? La posibilidad abierta de que los propios mecanismos de la democracia acaben con ella, por vías legales, como sucedió con Hitler en enero de 1933, permanece latente como una 'llaga abierta' que es necesario cauterizar. Junto a la democracia, la sociedad secular se envanece de la ciencia y la tecnología. Tras sufrir un proceso de vaciamiento de lo sagrado, curiosamente una nueva forma de religión lo engloba todo, pues en un proceso de autorreflexión se ha divinizado la propia sociedad, «gracias a esa arma invencible que se presenta bajo el nombre de tecnología». Al mismo tiempo, la fe en la ciencia se compagina con la sustitución del rito religioso por el rito de la publicidad. La contradicción más evidente se encuentra en la necesidad de dotar de un matiz espiritual a la nueva sociedad eludiendo por otra parte el tono religioso.

En la sociedad secular, el hombre se ha tornado voluble, carece de estabilidad y no observa preceptos, porque la sociedad ha sustituido los rituales por procedimientos, por algo parecido a la normalidad. El hombre se ha desvinculado de las obligaciones rituales y confesionales. De hecho, ha debilitado todos los vínculos. Por eso, en la apariencia de normalidad de la sociedad secular, el extranjero causa inquietud.

La sociedad secular manifiesta también una clara convergencia de culturas que se verifica en la obsesión por el turismo y la pornografía. Por lo demás, la convergencia especulativa, intuida por Leibniz a través de la numeración binaria, ha desembocado en el despliegue informático y digital del siglo XXI. El saber se ha traducido en una enciclopedia única, digital, moldeable, donde se yuxtaponen informaciones verídicas y falsas en el mismo plano, con lo que el saber ha perdido prestigio. La información, definitivamente, ha sofocado el pensamiento. Una nueva religión se ha impuesto a través del desarrollo de la información, dando lugar a lo que en la actualidad se denomina dataísmo. El corolario es que vivimos sumergidos en un flujo de informaciones irrelevantes.

Suprimido el misterio, la necesidad de lo desconocido que aletea en el ser humano, y a pesar de que las aplicaciones diversas sobre las que descansa el funcionamiento del mundo nos hacen olvidar el sentido superior, el sentido metafísico puro, la idea de una teología secularizada sobrevuela todavía porque, más allá del recinto lógico-matemático en el que estamos envueltos, «las categorías teológicas están siempre vivas y operativas».

Sabemos, finalmente, que en la sociedad secular existe una minoría que se pierde en el anonimato, apátridas que contemplan a escondidas y no son reconocidos, «que habitan en las grietas de la sociedad», los que antaño buscaban refugio en el bosque y que en la actualidad, ante la imposibilidad de buscar refugio, deambulan por los mismos caminos que circulan todos. Son los que apelan a lo desconocido, los que elevan la plegaria natural del alma, los que hacen un uso elevado de la atención.

La inconsistencia del mundo en el que transitamos es fruto de continuas quejas y lamentos. Por eso, no es casualidad que Calasso termine recordando unas palabras escritas por el poeta estadounidense Robert Frost en el difícil contexto de 1935: «No hay nada en los consejos recientes que provienen de Wall Street, de las Naciones Unidas o del Vaticano que me induzca a renunciar a cuanto poseo de dolor paciente». Frente a las quejas impacientes que provoca el curso de los acontecimientos en la sociedad secular quizá aquí, en el dolor paciente, se encuentre la respuesta definitiva.