Aquel inicial movimiento ecologista crecía con AEORMA, ya que desde esta fundación propiciada por nuestro amigo Mario Gaviria, a la que asistieron representantes del PSOE, PCE, Democracia Cristiana, así como territoriales (Pedro Costa y yo, con algunas personas más) por la central de Cabo Cope. Y crecía y nosotros dos íbamos a algunos de los territorios. Uno de ellos fue el País Vasco.

En Monte Higueldo la representación era de unos 30 compañeros Y por Cabo Cope íbamos Pedro, Vicente Ruiz, el pintor de Lorca, y yo. De allí pasamos a Pamplona donde rodaba el primo de Pedro, Paco Rabal, al que fuimos a ver al hotel; después nos pasamos a una conferencia que daba Félix Rodríguez de la Fuente que, a mi pregunta de que firmara la moratoria nuclear que pedíamos AEORMA, me dijo que no tenía muy claro el tema de las centrales. Ahí se acabó su conferencia, o mejor, la acabamos nosotros.

En una de las comidas de socios de Monte Higueldo en Madrid, Carlos Carrasco, el Secretario General, nos dijo que estaba comiendo con nosotros Willy el Niño, un policía que era conocido por militantes del PCE por sus muchas torturas e interrogatorios a los que había sometido a la gente. El Niño estaba en una esquina de la mesa y no habló. Tomaba notas y poco más. Nunca supe si es que le obligaron a Carrasco a que fuera o es que él, que era más que aventurero o atrevido, como deseen, le dijo que fuera un poli de la brigada políticosocial madrileña. No lo supe. Pero allí había uno, y peligroso, por cierto.

En Lorca creamos Aeorma Sureste, y como invitado principal pude localizar por teléfono en su casa de Granada a Esteve Chueca, catedrático de Ecología Vegetal, que aceptó enseguida, quien habló de la fragilidad del territorio donde se quería instalar la central nuclear, en la Marina de Cope, y pronto salió el proyecto para hacer una carretera litoral Mazarrón-Águilas, un verdadero proyecto papanatista que haría aún más frágil la zona que pretendíamos preservar desde el ayuntamiento de Lorca, ya que parte de ella pertenecía a este municipio y el resto al de Águilas.

Mientras crecía aquel movimiento ecologista fuimos conociendo a gente nueva. Recuerdo a Juan López, en Mazarrón; Pepe Guirao, actual ministro de Cultura, en Pulpí. El franquismo no podía entender que, desde sus propias y contradictorias leyes, un grupo de gente presentábamos denuncias, impugnaciones o interdictos, donde los frentes de los depredadores de siempre, el capitalismo regional y sus lacayos querían quebrar y vender nuestra cultura y nuestra historia natural. Y Pedro encabezaba aquella dinamización opositora. Una lucha sin tregua coincidía con aquella revuelta; Pedro publicó su libro Nuclearizar España y consideramos los murcianos a Cabo Cope como un símbolo de lucha antinuclear y mediaoambiental. Más tarde creamos el Grupo Ecologista del Mediterráneo, otra plataforma de lucha.

Después, ya se sabe: el ecologismo español por el que habíamos luchado entró en una larga transición donde, tal vez, el mejor presidente de nuestra Comunidad Autónoma, Andrés Hernández Ros, se empezó a preocupar y ocupar por el deterioro mediambiental. Y Pedro sigue ahí, ayudando a aquellas personas y grupos sociales que lo necesitan por su formación ecologista y por su interés social que mantiene intacto desde aquellas fechas en que le conocí cuando Hidroeléctrica Española tropezó con él que, como un muro, se plantó delante en defensa de aquella reserva de la Marina de Cope, desde donde la abuela de Paco Rabal le decía a su nieto, mirando la mar: «Paquico, desde aquí se ve el mundo». Y el mundo desde allí sigue viéndose para nosotros.