En Bola de sebo, uno de los cuentos más geniales de Guy de Maupassant, los ocupantes de un carruaje olvidan cualquier tipo de consideración moral para salvar su vida, en su huida de Rouan a El Havre en plena guerra franco-prusiana, a costa de una víctima, una joven prostituta de la que se encapricha un oficial del ejército de ocupación. Esta mujer, patriota hasta el tuétano, se ve abocada a adoptar una decisión que quiebra el deseo frente a la presión de sus compañeros y compañeras de viaje. El lector descubrirá que el único personaje íntegro, con una moral a prueba de bombas, es quien a priori se supone que carece de aquélla en este retrato de la hipócrita sociedad francesa de finales del XIX, extrapolable a nuestras europeas de hoy en día.

En tiempos de tribulación como los presentes, muchos de los acontecimientos que vivimos merecerían pasar por el filtro de la literatura porque ésta, pese al interés de algunos, siempre ha cumplido una función social. El realismo y el naturalismo han dado fe de ello, y autores de la talla como León Tolstoi o, más recientemente, el nobel J. M. Coetze, consiguen aún hoy emocionarnos cuando nos sumergimos en cuentos del autor ruso como el de ¿Cuánta tierra necesita un hombre? o los Siete cuentos morales del narrador sudafricano. En ocasiones tendríamos que preguntarnos hasta dónde somos capaces de mantener el equilibrio entre el miedo que suscita lo desconocido, la protección frente al otro, la fragilidad y el sinsentido ante los cambios o la irracionalidad con lo políticamente correcto. La buena literatura nunca se debe separar de los dilemas morales.

No sé si una vez desvelado el entuerto de la convocatoria de elecciones generales por parte del presidente Sánchez algunos de sus oponentes políticos tendrán conflictos éticos acerca de lo sucedido. Si por la izquierda (supuesta, pero y, ante todo, nacionalista y excluyente) se ha tenido en cuenta el bien común frente a su negativa a corroborar las mejoras sociales que se podían alcanzar. Si por la derecha (capitaneada por Pablo Casado y Albert Rivera, más la cuota catalana, que de todo hay) ha merecido la pena con la credibilidad por los suelos ya que era alimentada por las continuas mentiras (con la fracasada manifestación de hace menos de una semana como exponente máximo). Y ello sin haber tomado nota de que ambos dos, PP y Ciudadanos, ya estuvieron unidos en el vano intento de mantener a Rajoy y en justificar la corrupción. Entre ambos extremos, el del propio Gobierno, con sus errores a la hora de meditar alguna de sus decisiones.

Sin ánimo de destripar el desenlace del cuento de Tolstoi, es verdad que la respuesta a la cuestión planteada en el título es que un hombre solo necesita «dos metros de la cabeza a los pies». Y esa misma medida es la que parece aventurar los derroteros políticos en los que vamos a estar embarcados en los próximos meses. Miedo me da que dominen las pulsiones rojigualdas frente a los intereses del bienestar para el común de los mortales. Que primen las vísceras del miedo al otro, de la culpa al otro y de las reclamaciones al otro? mientras se oculten las verdaderas razones de a quién se defiende o para quién se gobierna: para la mayoría excluida que sufre la desigualdad o para quienes atizan la llama patriótica que no es otra cosa que defender, a toda costa, el patrimonio del páter, que no es otro que el del patrón. Aunque la vistan de seda.