Cuando se estrenó la película Roma, de Alfonso Cuarón, una amiga me dijo: «Se llama Roma porque significa amor al revés, ¿verdad? Tiene que ser eso, porque lo que transmite es eso, mucho amor». Después de manifestar mi más absoluta ignorancia, porque yo todavía no había visto la película y mucho menos había leído sobre el origen del título, hice la necesaria búsqueda en Google y descubrí que Roma se llama Roma, simplemente, porque así se llama la colonia (barrio o distrito, no sé muy bien cuál sería la traslación correcta a nuestra organización urbana) en la que se crió el director.

Poco después vi la película. Para entonces ya tenía claro que la mitad del mundo hablaba de ella como obra de arte y la otra mitad como película aburrida que no había que ver después de las diez de la noche y que, por momentos, te deja un poco frío. De entrada, cuando ya te dicen que una película es lenta, te asustas un poco, para qué lo vamos a negar. El virtuosismo en el cine es algo que no todo el mundo lleva bien y yo soy de claudicar pronto ante Morfeo cuando la trama no avanza mucho. Pero me lancé a ello y, después de una primera parte que me hizo dudar de mi voluntad como espectadora, la película acabó enganchándome y conmoviéndome.

En el fondo, pensé, mi amiga tenía algo de razón porque cuando uno vuelve la mirada al lugar de su infancia los recuerdos tienen siempre una carga de amor; aunque a veces sea con cierta melancolía. Roma es un ejercicio de amor desde la mirada de un niño. Y eso es casi lo más difícil de captar al principio, porque un niño solo puede ver las emociones de los adultos con distancia y con incomprensión, pues ni tiene la información ni las habilidades para interpretar el sufrimiento de quienes le han de proteger. No es que no vea que pasan cosas y esas cosas le lleguen a afectar; es que las ve desde una perspectiva diferente, como a lo lejos. Cuando consigues captar este detalle, es difícil no rendirse a la película.

Cada plano es un ejercicio de belleza que te lleva a otro y a otro y a otro sin que sepas muy bien hacia donde te llevará el camino. A medida que avanza la película dudas de que realmente vayan a contarte algo de verdad. Y en un momento concreto, todo empieza a cuadrar. Ese homenaje que Cuarón hace a la mujer que lo cuidaba cuando era pequeño y a su madre es en realidad un homenaje a tantas y tantas mujeres que han silenciado sus emociones por el bien de otros.

Ahora que ya ha ganado el Goya y el Bafta parece que ha cogido carrerilla de cara a los Oscar para convertirse en la primera película rodada en español que consigue el premio a la mejor película. No entiendo mucho de cine ni de premios, pero creo que se lo llevará porque da igual el idioma en el que esté rodada, esas emociones de la que habla la película son universales y fácilmente reconocibles.

Así que, con la precaución de no verla muy tarde si uno es de los que se rinde al sueño, yo la recomiendo. Eso sí, por favor, consejo clave: nada de subtítulos para 'traducir' del español mexicano al español neutro peninsular; menudo disparate. En Netflix, al menos, se puede elegir, algo que no les permitieron a quienes han ido a verla al cine.