En Monstruas y Centauras, la escritora Marta Sanz traza vías de reflexión a partir de las noticias y debates que se sucedieron justo antes e inmediatamente después de marzo del 2018. La divulgación rápida y masiva con que ha contado el feminismo, a través de las redes sociales y de voces mediáticas, ha propiciado un contexto de enorme visibilidad al movimiento feminista y a sus propuestas. Muchas mujeres se han sentido afines a tales reivindicaciones, y con la oportunidad de participar de una voz colectiva con capacidad de ser escuchada y propiciar cambios, lo que ha hecho crecer ese sentimiento que hemos tenido a bien nombrar como sororidad. Pero al mismo tiempo, también hemos visto surgir voces discordantes y puntos de desacuerdo y fricción dentro del propio feminismo. Parece que no todas las mujeres nos sentimos interpeladas de igual manera por la desigualdad, aunque seamos capaz de reconocerla, de identificarla en los pequeños gestos que marcan la diferencia entre un hombre y una mujer en el día a día.

Hay mujeres que no sienten su condición de objeto sexual como una desventaja, otras que prefieren reconocerse en el esfuerzo que son capaces de realizar, en los derechos y en las posibilidades conquistadas antes que en la reivindicación de medidas proteccionistas que pueden ser utilizadas para cuestionar la valía de su trabajo. Pero, ¿qué sucede cuando las mujeres logran conquistar espacios de influencia y relevancia social sin recurrir a cuotas? No necesitamos hacer hipótesis, la realidad nos puede mostrar algunos ejemplos. El pasado mes de enero el Consejo General de Médicos de Castilla y León hacia públicos los datos de su estudio de Demografía Médica y advertía de posibles riesgos derivados de la tendencia a la feminización de la profesión médica. Los comunicados posicionándose en contra no tardaron en llegar, algo que es consecuencia de que el feminismo haya señalado reiteradamente la desigualdad dentro de la aparente igualdad, esa que nos hace portadores de los mismos derechos y deberes, pero que deriva en una organización social que mantiene el reparto desigual del reconocimiento y las retribuciones.

La desigualdad también está en cómo interpretamos la realidad, en los hechos que seleccionamos para construir esa interpretación y el valor que les damos. Que la tendencia a la feminización de la profesión médica pueda ser considerada un riesgo, contrasta con que no se considere como tal la feminización de la pobreza que hace que la temporalidad, el trabajo a tiempo parcial y el paro de larga duración afecten principalmente a las mujeres. Por aquí también se nos cuela la desigualdad, que nunca ha considerado como un problema la masculinización de determinados ámbitos profesionales ni la precarización de profesiones asociadas tradicionalmente al género femenino.

El riesgo, señala Marta Sanz, es que a pesar la visibilidad del movimiento feminista, de los debates que genera y de sus reivindicaciones, no logre transformar la organización social, y que los aspectos que mantienen las desigualdades retributivas como brechas salariales, techos de cristal y precarización de profesiones tradicionalmente feminizadas no se modifiquen; al igual que las condiciones que generan la desigualdad en el reconocimiento de las aportaciones de las mujeres al desarrollo del conocimiento y la cultura. Una contribución que está siendo fuertemente destacada y divulgada por mujeres con conciencia feminista, por editoriales y por colectivos comprometidos con la igualdad, pero que no modifica el porcentaje de mujeres que se incluyen en los libros de texto escolares como referentes científicos y culturales. Que pueda coexistir un entramado social que debilita la posición de las mujeres con el beneplácito hacia las demandas feministas es posible, si el feminismo se incorpora como novedad capaz de generar eslóganes y nuevos contenidos de rápida divulgación pero sin el calado necesario para traducirse en cambios políticos y sociales.

Mientras tanto, observamos que la desigualdad se sigue colando de nuevo estos días a través del análisis demográfico de ciertos discursos políticos que relacionan directamente un derecho de la mujer, en este caso el derecho al aborto, con el estado de la hucha de las pensiones futuras, negando así que actualmente las cotizaciones de los jóvenes son en su mayoría bajas, y el problema que esto supone para mantener el buen estado de las pensiones, que la falta de estabilidad laboral, las dificultades para el acceso a una vivienda y la conciliación familiar son motivos por los que mujeres y hombres retrasan el momento de tener hijos.

Se diría que quienes relacionan el derecho al aborto con la necesidad de fomentar la natalidad y hacer sostenible el sistema de pensiones desconocen el deseo de las mujeres de ser madres. También la incertidumbre y las dudas de muchos hombres que, frente a escenarios de inestabilidad, optan por retrasar el momento de ser padres.

Esta facilidad para poner una vez más el acento en las mujeres, en los derechos conseguidos hasta ahora, a la hora de explicar y dar respuesta a determinadas problemáticas sociales que, sin duda, requieren de un análisis complejo, nos muestra que algunas fortalezas pueden ser efímeras.