Que el relator era urgente se vio en la incapacidad del PSOE de organizar un relato en el que se comprendiera la necesidad del relator. Esto es más que un juego de palabras. Es una paradoja que merecería un puesto de honor en la historia de la lógica política, junto a la que Russell planteó a Frege, a principios del siglo XX, sobre el conjunto de los conjuntos que no forman parte de sí mismos. Si a estas alturas del artículo el lector no entiende nada, no debe preocuparse. Ese es el estado general de todos los españoles sobre este asunto. No hace falta que entremos en muchos detalles, ni que el lector consulte en la Wikipedia ese jaleo de los conjuntos. Basta con saber que estamos en un galimatías.

En realidad esta paradoja encierra muchas más. En los países serios el relator no suele hacer falta. Los políticos están acostumbrados a que hasta los estornudos formen parte del acta y de la grabación. En los países poco serios es difícil que se acepte esa figura, porque esas prácticas notariales constituyen límites a las marrullerías, el deporte preferido de muchos políticos hispanos. Así que allí donde es posible, el relator no es necesario; y donde es necesario, el primitivismo de los actores es de tal índole que ni siquiera entenderán de qué se trata ni querrán saberlo. Y como es natural, estos sarracenos han aprovechado la ocasión para imponer una vez más sus marrullerías. Pues el escándalo que han montado los nacionalistas españoles sobre este asunto es una manifestación más de hipocresía política. Que alguien lleve un acta de las conversaciones debería ser para todo el mundo una prueba de voluntad de transparencia. Para ellos, sin embargo, es la mayor traición a la nación española. La idea que tengan de ella la podemos conjeturar a partir de esta actitud. Su nación son sus vísceras.

Claro que el relator fue un regate respecto de la exigencia del Govern de la Generalitat de la presencia de un mediador internacional. Pero testimonió buena cintura negociadora del Gobierno de Madrid ofrecer una figura menos comprometida, la de un relator nacional de prestigio para las dos partes (uno de los tres justos de Gomorra), que tuviera como finalidad desmentir las exposiciones sesgadas de uno u otro actor. Y la verdad, no creo que eso fuera una cesión del Gobierno central. Dado el grado de veleidad de Torra, habría debido de ser una exigencia de Sánchez. Una vez más, Torra ha logrado sus objetivos gracias a Casado. Pero que se ponga el grito en el cielo ante esa figura en el país en que las administraciones salientes destruyen toda la documentación que pueden, y en el que los archivos oficiales están abandonados, parece lo que es: una sobreactuación propia de energúmenos descarados. Valorarlo como una concesión al independentismo es sencillamente síntoma de otra cosa.

En efecto, revela lo que hay detrás de la práctica Rajoy y la doctrina Aznar, a saber, que hablar con los independentistas catalanes con luz y taquígrafos es ya una concesión inaceptable: reconocer que existen. Que este hecho sea recibido con palabras sobrecargadas de patético nerviosismo, que lleven a pronunciar palabras que implican o bien desprecio moral completo (felonía, villanía), o bien delitos gravísimos (alta traición), testimonia la carencia de dispositivos civilizados por parte de quienes así se expresan. No creo que esto sea parte de la enseñanza que de Bannon reciben las huestes de FAES. Esto es puro cerrilismo español que nada tiene que envidiar ni que aprender de la Alt-Right norteramericana.

Pero hay motivos de esperanza. Lo que ha sucedido esta semana no es sino un anticipo de lo que tendrá que pasar en los próximos años. Tendremos que acostumbrarnos a cosas parecidas. No excluyo que la finalidad de todo esto sea cansarnos a uno y otro lado del Ebro y que poco a poco una solución se imponga por aburrimiento. Esta posibilidad, que es deseable cuando se carece de mejores medios civilizados, frustra a los cerebros enfebrecidos por Aznar, que han olido que esta es la ocasión para aplastar al nacionalismo catalán y hacer mutar la Constitución. Entonces ellos no querían reconocer las nacionalidades hispanas, y ahora sueñan con un estado regional como paso hacia un completo centralismo. Por eso, lo último que quieren es que se rebaje la tensión. De ahí que cualquier paso en esa dirección (una sentencia justa en el juicio que ahora se abre, por ejemplo) se presente como un conflicto insuperable.

Sin embargo, comienzan a presentarse señales de que la gente ya no se excita tanto, por mucho que ellos intenten electrizar el ambiente. La cuestión es si los votantes serán capaces de tragarse el batiburrillo político que han cocinado. Va a ser difícil. Que el domingo tuvieran que salpicar centenares de banderas europeas en medio de las españolas, testimonia que la derecha española no puede prescindir de Europa, aunque esté atrincherada en posiciones mentales por completo ajenas al espíritu europeo. Es lo mismo que su defensa de la Constitución. Sólo un ciego se puede tragar el engrudo de que VOX sea un partido constitucional. Los vivas al rey ya son de dudoso espíritu constitucional, y la presencia de conspicuos monárquicos como la señora Carmen Iglesias hace un dudoso favor a la monarquía. Alguien podría preguntarse si todo el apoyo que tiene el monarca se reduce a esos cincuenta mil españoles reunidos en Colón.

En todo caso, lo más relevante es que la estrategia de la tensión ha mostrado sus límites. La manifestación del domingo llevó a la plaza de Colón no a muchos más de los que Vox llevó a Vistalegre el día de su puesta de largo. Que Ciudadanos se haya prestado a este espectáculo testimonia, una vez más, que ha caído en la trampa del PP, que lo arrastra a una serie de actos que al final no fortalecen sino a los extremistas que Casado teledirige. Que Inés Arrimadas tuviera previsto viajar en un avión que, mire usted por donde, se ha retrasado lo justo para no llegar a tiempo a Colón, es una señal inequívoca de que todavía hay alguien con cabeza en Ciudadanos. Veremos a pesar de todo cómo pasa factura en Cataluña esta vecindad de Rivera con Vox.

Por supuesto, sabiendo cómo acabó en Francia, no es de extrañar que Valls haya cometido el error de presentarse en Madrid el domingo; y eso sabiendo, como sabía, que Societat Civil Catalana no secundaba la manifestación madrileña, mandando una señal clara a la derecha española de que no se pondrán detrás de operaciones orquestadas en las que se pide directamente el cierre de la autonomía catalana. Valls tendrá más difícil en mayo multiplicar a los trescientos espartanos que pasearon la bicolor por la plaza de Cataluña el domingo.

En suma, más que tirarse de los balcones a las plazas, lo que sucedió el domingo fue más bien que los líderes de las tres derechas se tiraron a la piscina, salvo Abascal, naturalmente, que aportó las fuerzas vivas dirigidas por ese nadador de fondo que es Ortega Smith. No les acompañaron muchos españoles más, sin duda porque en febrero las aguas suelen ir frías. Así que esta manifestación causará estupor en los talentos refinados del PP, que los hay, y reforzarán las teorías irónicas sobre Casado. Cuanto más se parezca a Vox, más igualará los votos de Abascal. Unos y otros están abriendo el espacio para que se echen de menos políticos serios y civilizados, y esa es una buena noticia para mayo. Así que, amigos progresistas, un esfuerzo más. Estos insensatos no han ganado la partida. Presenten opciones políticas verdaderamente serias, maduras, razonables y de progreso, y den una batalla que ni mucho menos está perdida.