La escena tiene un puntito berlanguiano, como tantas cosas por aquí. Sábado 9 de febrero. 10AM. Unas 70 personas se agolpan a la puerta (cerrada) de la Biblioteca Regional, bajo un letrero de vergüencica ajena que reza #MeLeoEncima. Entre ellas, nada menos que Clara Obligado, que viene (gracias a Lola López Mondéjar) a impartir un taller. Se tiran ahí una hora, en la calle. ¿Por qué? Porque la señora consejera de Cultura ha vuelto a recortar el horario de apertura de la mejor infraestructura cultural de la Región y, como dicta su modus operandi (ni preaviso, ni explicación alguna: folio en la puerta y a correr), ni siquiera se ha informado a los responsables de las actividades programadas.

Ni que decir tiene que si el responsable de cualquier establecimiento privado (un cine, imaginaos, o un hotel, o incluso una frutería) tratase así a su público tardaría poco en verse en la calle. Las cosas no parecen funcionar así en las sucesivas consejerías de turismultura, o culturismo, del PP regional, que ya desde que Pedro Alberto Cruz empezase a recortar 'provisionalmente' el horario de apertura de la BRMU a principios de la década no ha dejado de meter la tijera o intentarlo a una de las mejores bibliotecas del país. La actual titular, doña Miriam Guardiola, destaca por su bibliofobia: ya ha reducido el horario dos veces, primero en septiembre del año pasado, ahora otra vez en enero. Si sigue al mando, acabaremos leyéndonos encima, sí, pero en la puerta, con unos horarios como los de pagar recibos en los bancos: los terceros jueves de mes con R cuando el sol toque la Cresta del Gallo.

Al mismo tiempo, la señora Guardiola se está dedicando a regar desde Cultura con dinero público la Iglesia católica: 300.000 euros para la restauración de la parroquia de Santa María de Gracia en septiembre pasado, 67.000 euros para el aire acondicionado de la Archicofradía de la Sangre en octubre, etc.

Estos días hemos conocido dos noticias no demasiado difíciles de relacionar: Murcia es a principios de 2019 una de las Comunidades autónomas con un índice más bajo de lectura, y la segunda con un mayor abandono escolar. La forma en que desde Cultura y desde Educación se ataja el problema (recortando horarios en la BRMU, postergando el Plan de Fomento de la Lectura o excluyendo a la actividad editorial de los presupuestos de estímulo a las industrias culturales, en el primer caso; disparando las subvenciones a la concertada, en el segundo) nos hace preguntarnos: ¿incompetencia o negligencia?

En esta duda andaba yo el domingo por la mañana cuando topo con un desfile militar por el centro de Murcia, un no-se-cabe de autoridades delante del Ayuntamiento y una exhibición de la Patrulla Águila para acompañar nada menos que una jura de bandera civil (ellos, de traje, ellas, de corto y sin carmín, prescribía con bien de carcundia el protocolo), justo el mismo día de la quedada nacionalista en Madrid. ¿Veis raro que andase yo preguntándome cuántos cientos de miles nos habrá costado tan patriótico evento, y que compare el coste con el de mantener nuestra #BiblioRegionalAbierta? ¿No son bastante patrióticos, los libros? ¿Por qué es más español aplaudirle a un tanque que al María Moliner? Y sobre todo, ¿por qué nuestros mandantes están tan dispuestos en regar a manta de pasta pública el nacionalcatolicismo de peineta y traje corto mientras nuestra cultura y nuestra educación se secan? ¿Acaso tiene que morir la inteligencia primero, para que brille la rojigualda? Sí, ya, ya sé, que me vaya a Cuba. Pues mira, no. Mi país es este e igual quien se tiene que ir eres tú. Al pasado, concretamente.