El viernes llegué a casa a tiempo de ver la final de Tu cara me suena, uno de los pocos programas de entretenimiento que todavía se soportan. Para mi asombro, ganó la chica que cantó Ojos verdes, una canción de los tiempos de la República que, a veces, cuando la escucho me pone a llorar, porque me arrastra a los sonidos de la radio de mi infancia.

Es una canción fabulosa, que fue censurada durante los primeros años del franquismo, convirtiendo a la protagonista, una prostituta («apoyá en el quicio de la mancebía...») en una señora de bien con tendencia al adulterio («apoyá en el quicio de mi casa un día...»), desquiciado su corazón ante la vista de un tipo de ojos verdes con brillo de faca que le pedía candela montado a caballo, de modo que, como siempre ocurre, el censor añadió morbo a la estampa. La copla, con censura y sin censura, fue pronto integrada, como todas las de su género, en el imaginario sentimental del franquismo, y a la llegada de la democracia aparecía arrumbada en el guetto gay underground y como una reliquia de los tiempos olvidables, hasta que mediados los 80 José Miguel Ullán, Vázquez Montalbán y otros la rescataron para la progresía.

Hoy la cantan las nuevas tonadilleras flamencopoperas, pero sigue siendo una canción incorrecta desde que cierto nuevo feminismo condena el amor romántico, del que esta copla es una expresión apasionada. ¿Habrá canciones en el mundo? Pues bien, Ojos verdes ha ganado la final de un concurso televisivo de masiva audiencia bien entrado el siglo XXI.

Pero agárrate, que vienen curvas. ¿Cuál fue la finalista? Viva el vino y las mujeres, un himno de Manolo Escobar interpretado por un venezolano que no se le parecía al cantante original ni en el flequillo. Ya el título es de una incorrección palmaria: el autor exhibe en él sus credenciales al establecer que las mujeres están asociadas al néctar de la inconsciencia y la desinhibición, y justifica tal asociación en que «por algo», el vino y las mujeres, «son regalos del Señor», amparándose así en la ley divina. Y una vez sentado ese principio, el letrista se viene arriba, y añade otros vivas: «Y vivan los cuatro puntos cardinales de mi patria. Que vivan los cuatro juntos, que forman nuestra bandera y el escudo de mi España». Un crescendo que ni la Quinta de Beethoven.

Otra de las canciones de la gala final del programa fue Gracias por venir, el colofón de las sesiones teatrales de Lina Morgan, una composición alegre y pícara, de sobreentendidos rijosos, pero majestuosa en su género; un género, la revista musical, de contenido machista que no ha conseguido renovarse, de modo que se lo ha llevado el viento. Pero no sus ecos.

Sin embargo, la chica que interpretó maravillosamente a Lady Gaga, tal vez una cantante friki, pero con una voz y unos registros que ponen los pelos de punta, quedó en tercer lugar, con un reconocimiento testimonial.

Convendría añadir que Tu cara me suena se realiza en directo y la final la deciden los votos telemáticos de los espectadores, como en las consultas de Podemos a sus inscritos, lo cual es interesante políticamente, y más en fases como la actual y en días como el de hoy. ¿Vuelve la España cañí? ¿Se está produciendo, también de manera desacomplejada, un retorno 'cultural' a las esencias patrias de toda la vida? Cualquiera diría que sí tan sólo mirando un programa de televisión que, frente a otros, contiene un humor muy digno y resulta entretenido en su fórmula y desarrollo. Pero los espectadores mandan, y ganan quienes interpretan a Concha Piquer y a Manolo Escobar, artistas muy respetables, pero que parecían encerrados en el baúl de la primera. Confieso que adoro a la Piquer y me divierte Manolo Escobar (atender de continuo a las impregnaciones ideológicas nos impediría disfrutar de la vida), pero algo me dice que en estas renovadas predilecciones populares hay una señal de retorno, de cansancio ante expectativas frustradas que apagan ciertas emociones necesarias.

Sin querer obedecer a conspiranoia, el resultado de Tu cara me suena bien podría interpretarse como un involuntario mitin anunciador de la manifestación de hoy. ¿Vuelve la España cañí? ¿O es que nunca se ha ido?

Todo empieza por la cosa del Relator. No es preciso abundar en que se trata de un despropósito que echa gasolina sobre estados latentes de opinión que un estadista que se precie no puede ignorar. Dan igual los discursos de egocomplacencia intelectual que caricaturizan las reacciones ante tamaño relativismo. Lo importante es el incendio que provocan. Y más porque no se trataba de una iniciativa que intentara resolver un problema, el de Cataluña, sino que aspiraba a salvar unos presupuestos, es decir, la continuidad de Pedro Sánchez en el Gobierno, lo que implicaba en paralelo poner freno a los avances potenciales del PSOE en las autonomías y Ayuntamientos que pasarán revista electoral en la inmediata primavera. De ahí la rebelión de los barones socialistas, estupefactos ante el hecho de que el líder nacional intente salvar su culo a costa de frenar las expectivas de sus correligionarios territoriales. Hay, sin embargo, uno de esos barones que no ha dicho ni mu. El murciano.

Diego Conesa. Habría que escuchar lo que dice en sus círculos de mayor confianza política o en su entorno más íntimo. Cabe suponer que habrá hecho rechinar los dientes. No puede ser menos consciente que el resto de sus colegas candidatos a las respectivas autonomías de la letalidad de la actitud del autodenominado Resistente, que puede provocar hasta la resurrección del PP murciano y virar a Ciudadanos a la confortabilidad de sus pactos a derecha. Pero Conesa, que en Madrid es titulado como 'el amigo de Sánchez', lo que le abre las puertas de muchos despachos de la Administración central, ha actuado con contención a sabiendas de que debe reservarse en este tipo de polémicas. Su decisión ha consistido en acudir hoy a jurar bandera mientras la derecha murciana, montada en una flota de autobuses, participa en el alarde madrileño. Es un gesto que denota que el PSOE tiene que hacer algo, aunque sea de manera formal, ante una reacción imprevista de sus adversarios políticos, sin duda exagerada en el caso de éstos, pero con probables réditos en la calle para su fortalecimiento.

Pronto se verán la consecuencias de todo esto. Si Conesa nombra heredero en la delegación del Gobierno a Joaquín López, el actual portavoz parlamentario y número dos del partido, expresará su confianza en que al PSOE le queda carrete, de manera que López no será enviado al sacrificio de un cargo efímero. Si, por el contrario, se decide por Francisco Jiménez, actual titular de la dirección general de Tráfico, mostrará una previsión más conservadora y timorata al dejar explícita una previsión de posible derrota. Con la primera opción, además, mantendría el perfil político fuerte con que se justifica su propia presencia en ese cargo.

Esa decisión, previa a la de la propia composición de las listas, va a ser muy ilustrativa acerca de si Pedro Sánchez es para Murcia un plus o un baldón, y el partido se juega, en cierta medida, entre una jura de bandera y el ondear de los mismos colores en las calles de Madrid en manos de López Miras y de Miguel Sánchez. Ahí hemos llegado. Las reacciones son distintas, pero lo que flota en el ambiente es parecido: la sensación de que algo se está yendo de las manos.

Y es que vuelven la Piquer y Manolo Escobar a golpe de votación popular. No digo nada y lo digo todo.