El mar, que como en aquel poema de Neruda, no sabían dónde ponerlo y lo pusieron ahí, frente a mi ventana, está mudando de color, han dicho los expertos, que son esas personas que siempre están dispuestas a darnos un disgusto, a hacernos insoportable la mañana.

Desde que supe la noticia ando en desazón. Yo me paso la vida mirando al mar, mis ojos están acostumbrados a su azul de poniente, a su gris en los días de calma, cuando parece incapaz de un oleaje, y al revés verdoso del agua cuando el levante se desata y cubre las calles con su olor a salitre.

Por eso, ahora que todo el mundo dice que tenemos que reinventarnos para sobrevivir, que la vida se ha puesto muy dura y que solo saldrán adelante los espabilados, los que saben subirse al tren bala de los tiempos, yo aspiro a convertirme en relator del mar, en ese tipo sentado en la colina que observe y detalle y registre los sutiles cambios de color que se vayan produciendo.

Yo quiero ser relator del mar, contar su metamorfosis cromática, verlo quizás encanecer y hacerse un poco más viejo, él, que es el único sinónimo del tiempo. Pasar los últimos años de mi vida laboral ante el mar y el silencio, ese silencio del mar que no es silencio del todo, sino un rumor de rezo que acompaña a la luz o que encamina hacia ella, o que acaso la reparte. Y dejar que el sol me caliente un rato las arrugas, y mover de tanto en tanto alguna piedra suponiendo que soy un dios y que estoy revolviendo, brutalmente y por vicio, el destino del universo.

Yo quiero ser relator del mar, su notario y su testigo, verlo temblar algunas veces, elegante como un violonchelista, mientras tartamudea las olas, disloca la fe en el cielo, confirma que la tristeza es solo una alegría que ha estado. Yo quiero se relator del mar, mirarlo y que me devuelva la mirada, como hace en este preciso instante en que la mañana dobla la primera esquina. Se le están durmiendo las gaviotas en el azul y parece despreocupado, como si no le importara que la piel le esté cambiando.

El mar al que van a dar nuestros ríos y nuestras vidas y nuestros versos de pie quebrado tiene en este instante en que lo miro esa imagen de estanque apacible que solo tienen algunos ojos, una falsa mansedumbre que romperá de un solo golpe para llevarse al fondo a la playa, quizás para besarla a escondidas, donde nadie lo vea.