Unos científicos han descubierto que el mar está cambiando de color debido al cambio climático, que altera los fondos de los océanos. Según sus investigaciones, aparecerán nuevas tonalidades azuladas y verdosas, aunque el cambio será tan sutil que probablemente el ojo humano no sea capaz de detectarlo. Su evolución depende de las plantas del mar, de lo que esté pasando con ellas ahí abajo, algo inimaginable.

Todos los niños se han quedado alguna vez asombrados cuando, en un día de playa, al recoger el agua del mar con las manos han comprobado que no es azul, sino tan transparente como la del grifo. ¿Por qué el mar es azul? preguntan entonces. Solo es una ilusión, les respondemos. Si nos arriesgamos un poco diremos que el mar es el cielo reflejado. Y los que más saben explicarán que, según he leído por ahí, «el agua del mar absorbe una parte de las radiaciones de colores que componen la luz blanca», que no sé lo que significa, pero suena muy bien. Las radiaciones son importantes y, al parecer, pueden ser rojas, amarillas o verdes, y según sean unas u otras se absorben y reflejan en diferentes grados. El color cambia también, y esto sí es fácil de entender, según la hora del día o la estación. Y lo mismo ocurre con los ríos o los lagos. Yo mismo me llevé un buen chasco cuando en un viaje a Viena fui a ver el Danubio azul.

También influye la profundidad: el verdadero azul marino pertenece a lo más hondo. La gran variedad con la que los rayos del sol caen sobre el mar convierte la superficie del agua en una tela mágica. En algunas mañanas de invierno, la luz que se filtra entre las nubes es tan pura que al llegar al mar traza surcos de un azul tan extraño que nos da la impresión de no haberlo visto nunca en la naturaleza, como si no fuera real sino pintado por un ángel.

Lo que vemos es lo que importa. Esa tela acuática, llena de surcos y destellos, tiene un misterio infinito. Nos atrae, la miramos y la mirada nunca se colma, y solo nos obliga a apartarla el vértigo de la inmensidad. El mar es la ilusión perfecta. Nada de lo que vemos es real, ni siquiera su color, pero nos hace creer que el mundo es bello y que la vida guarda un secreto que algún día se nos desvelará. Es como esos sueños que recordamos al despertar solo durante unos segundos y que olvidamos enseguida porque nuestra mente todavía está atrapada en su hechizo. Luego, ya totalmente despiertos, solo nos queda la sensación de que en el sueño ya olvidado había un mensaje para nosotros.