Hay quien no se adapta feliz ni fácilmente a esta vida que nos ha tocado vivir. Me refiero a aquellos que, sin buscarlo ansiosamente, estarían encantados de conocer al amor de su vida o, como mínimo, el amor (dure lo que dure). Las formas de relacionarnos han cambiado y, si bien es cierto que aún seguimos saliendo a fiestas, bares o discotecas, la gente no considera estos momentos o lugares los idóneos para conocer a esa persona con la que disfrutar un tiempo y, por qué no, construir una vida en pareja.

El tiempo pasa tan rápido que lo de las aplicaciones móviles para ligar o conocer a esa persona especial ya ha perdido ese aire novedoso que atrae con cierta curiosidad a sus miles de usuarios. La gran mayoría de solteros nos hemos paseado en alguna ocasión por ellas y, si no es así, tenemos amigos y amigas que gustosamente nos cuentan sus experiencias.

Los hay que que han conseguido el fin de esta aplicación y han encontrado a una persona que les cuadra y de la que, tras un tiempo, se confiesan enamorados. Conozco parejas estables cuyo inicio comenzó en una de estas aplicaciones. Pero también sé de historias de lo más rocambolescas que siempre que las hemos recordado hemos acabado llorando de la risa, porque el final no fue trágico, se entiende.

No soy detractora ni defensora de estas aplicaciones. Ante ellas me limito a ver lo que ocurre y, como en la vida real (esa en la que conoces a un compañero de trabajo, una amiga te presenta a su primo o acabas tomando una cerveza con el chico que se sienta a tu lado en clase de inglés), puede que la persona con la que coincides a través del móvil sea de lo más normal o esté como un auténtico cencerro. El hecho de conocerla en una biblioteca no es garantía de que sea la persona más estable del mundo, al igual que conocerla a través de una aplicación o red social no significa que sea un psicópata.

De todo hay en la viña del Señor, ¿no? Pues eso. Aún me quedan unos cuantos años para llegar a los 40 y estoy soltera. Por suerte, ya no es motivo para que la gente te señale cual bicho raro, y se agradece, porque no quiero ni pensar en aquella época en la que ser soltera pasados los 35 años se convertía en una gran losa.

Imagino el cansancio y la frustración que supuso para muchas mujeres. Pero, aun así, no hemos logrado acabar con la práctica de señalar o encasillar. Antes, si pasada cierta edad no tenías novio o marido, eras para muchos una solterona inaguantable y, seguramente, fea. Ahora, si pasada esa misma edad no tienes pareja es que «eres muy exigente y no te vale nada, por lo que te vas a quedar sola».

A ver, señores, una persona se queda sola si es la única habitante de una isla desierta, por ejemplo.

No tener pareja no es estar sola.