Hace pocos años, una pareja de turistas polacos que se hacían un selfie en unos acantilados de Portugal (en el Cabo da Roca, para ser exactos) se cayeron al vacío cuando intentaban encontrar la posición más adecuada para la foto. Sus dos hijos, que estaban haciéndose el selfie con ellos, vieron cómo sus padres daban los pasos fatídicos hacia atrás, sonriendo a la cámara, y se precipitaban al vacío. Cuando estuve en el Cabo da Roca busqué el sitio en el que se habían caído (un señor que vivía por allí me lo señaló) y lo más increíble de todo es que los dos turistas se habían saltado una valla y luego un pequeño muro, y después se habían internado en una zona que estaba claramente señalizada como prohibida (y que cualquier persona racional habría considerado muy peligrosa). Y aun así, de espaldas y a muy pocos centímetros del precipicio, intentaron dar un paso hacia atrás buscando el ángulo más espectacular para la foto. Y con sus hijos al lado.

En la Wikipedia (en inglés) hay una lista de los accidentes mortales sufridos por gente que se estaba haciendo un selfie. En menos de diez años ha habido 258 casos, muchos en acantilados o en rascacielos (como la pareja de médicos polacos de Cabo da Roca), y otros muchos electrocutados después de subirse al techo de un tren y chocar con un cable eléctrico (esta parece ser la especialidad española, con varios electrocutados ferroviarios). Un turista japonés se cayó de una de las cúpulas del Taj Mahal mientras se hacía un selfie. Y en el otro extremo del mundo, una turista belga se cayó en uno de los géisers del Tatio, en los Andes chilenos (justo en la frontera con Bolivia). Estuve una vez allí, frente al agua hirviendo que borboteaba formando unas bolas parduscas del tamaño de un balón, y el guía ya me contó la historia de otro turista que se había caído en un géiser varios años atrás, aunque en aquella época no había teléfonos móviles con cámara, de modo que hay que imaginar que el turista simplemente se acercó demasiado al géiser y resbaló y cayó en la fumarola, de donde lo sacaron con el 90% del cuerpo quemado, igual que le pasó a la turista belga. Un caso patético es el de cinco chicos que se tendieron en una pista de un aeródromo para hacerse un selfie en el momento de aterrizaje de un avión. Un camión los atropelló y dos de ellos murieron. Eso fue en Turquía.

La última modalidad de selfies mortales es la que tiene lugar en la bañera, ya que hay gente que se intenta hacer un selfie cuanto tiene el móvil enchufado a la red (por falta de batería, claro), y si el móvil se te resbala de las manos -cosa fácil con el jabón y la espuma-, las posibilidades de electrocutarse son muy altas. Hace poco, una chica rusa muy joven, de sólo quince años, murió electrocutada en la bañera cuando se hacía un selfie. La chica era campeona de boxeo y artes marciales. Y antes de ella, otras dos adolescentes también se habían electrocutado haciéndose selfies en la bañera cuando tenían el móvil enchufado al cargador. Pero la auténtica especialidad de los adolescentes rusos es convertirse en antorchas humanas al subirse a un tren y chocarse con un cable del tendido eléctrico.

Supongo que todas estas muertes a costa de los selfies nos dicen algo sobre nosotros mismos, algo que no resulta muy alentador y que quizá sea mejor no conocer. Algo como esos cielos oscuros en los que nunca hay luna ni estrellas.