En política se distingue a los adversarios de los enemigos. Ana Belén Castejón y Noelia Arroyo son adversarias, pero ambas coinciden en tener los mismos enemigos. Y cuando no son exactamente los mismos, lo son del mismo tipo. Podría decirse que sus enemigos, dada la naturaleza de los mismos, constituyen un gran aval.

La batalla por Cartagena es femenina, de modo que es probable que en su fragor veamos aparecer demonios familiares que ya parecían desterrados. De hecho, ya se han venido revelando en los prolegómenos. A Castejón la han titulado de princesita, y a Arroyo la han identificado por sus tintes capilares y el rouge de sus labios. Esto, en público; en privado, ni les cuento. Los vómitos se han desbordado más allá de las redes sociales, donde son habituales para muchos, pero en sus respectivos casos han alcanzado hasta sus propios whatsapps, donde se me ha permitido leer cosas que nunca antes había escuchado ni leído. Es solo el prólogo de lo que vendrá. El machirulismo es incapaz de contención, pero esto, paradójicamente, beneficiará a ambas, pues su expresión desatada confirmará una vez más el alcance de los odios demenciados.

Castejón y Arroyo son distintas y distantes, no sólo por sus posiciones políticas, pero hay muchas cosas que las unen, aunque ni ellas mismas lo acepten. Son dos mujeres, cada una a su manera y en sus circunstancias, arrojadas, valientes, intuitivas, inteligentes, emocionales, competentes...

Castejón parte de una situación de aparente privilegio. Ya está en la alcaldía, con lo que supuestamente eso supone. Ejerce, domina y manda. Lo mejor es como ha llegado hasta ahí. En minoría y mediante un pacto improvisado a la puerta del Ayuntamiento, minutos antes de la investidura, garabateado en un folio, con otro grupo minoritario y de identidad confusa, liderado por un personaje incontrolado e incontrolable, y esto desatendiendo los consejos, cuando no las indicaciones, de la cúpula de su partido, el PSOE. Convertida en vicealcaldesa a la sombra de un histriónico José López (MC), aguantó con paciencia el desdén de éste a la vez que lo manejaba sutilmente hasta que llegó su oportunidad en el ecuador del mandato, y dejó que su socio se consumiera en la nostalgia del poder y la frustración por tan efímero ejercicio para que su incurrencia en pataleos y despropósitos le permitiera justificar deshacerse de él entre la aquiescencia general.

Antes de esto, Castejón se había hecho con el PSOE de Cartagena, un estamento enquistado donde no parecía posible avistar ningún cambio que desalojara a la viaja guardia parasitaria y unos métodos de control que requerirían calificativos de novela negra.

Pero contra la lógica del dicho, en su virtud llevaba la penitencia. Ciertos sectores del PSOE local no dejan de incordiar, aliándose visiblemente en algún caso incluso con la oposición mientras que el Ayuntamiento se resiente inevitablemente de un gobierno municipal que sólo cuenta con seis integrantes (la alcaldesa y cinco concejales). Cualquiera puede suponer que una ciudad como Cartagena, con sus retos y demandas (el día a día más el manejo de los grandes proyectos y el impulso de la gestión) no cabe en tan exiguo equipo de gobierno. Si así fuera tendríamos que suponer que el número de concejales electos constituye un despilfarro. Castejón y su equipo serán todo lo activos que se quiera, pero es imposible que lleguen a todo. Algo se tiene que resentir. Es verdad: ha sido muy valiente y decidida al desprenderse de los elementos tóxicos, pero el resultado es un gobierno disminuido y desbordado, y una alcaldesa para la que, a pesar de querer ganarle horas al reloj, no puede desdoblarse para atender a todos, escuchar a todos y estar en todo, aunque lo intente. Al final, la impresión general es que los cuatro años del actual mandato han sido un paréntesis, un tiempo de espera hasta una solución más equilibrada, gobierne quien gobierne, incluso si siguiera gobernando ella.

El cambio en el Gobierno central ha sido teóricamente positivo para Castejón, pues dispone de interlocutores directos, como el secretario de Estado de Infraestructuras, Pedro Saura, para los grandes proyectos estratégicos de la ciudad, pero a la vez es un contratiempo, pues también permite visualizar que los avances no terminan de definirse ni las fechas se adelantan mágicamente. Castejón se desvive, pero la realidad es muy cruda y las fuerzas para empujar la maquinaria no son suficientes.

Noelia Arroyo, su principal adversaria, también cuenta, de entrada, con alguna ventaja. Pertenece al partido, el PP, que ganó ampliamente las pasadas elecciones, aunque sin la mayoría necesaria para gobernar. Pero parte de una buena posición, incluso aunque decreciera. El encaje de la nueva candidata popular, que se prefiguraba complicado (hubo que reubicar al presidente local del partido para que ella interpretara el papel de líder electoral) se está produciendo sin aparentes disensiones, y su aterrizaje no parece encontrar rechazo dentro o fuera de la organización. Arroyo es, sin duda, el mejor activo del Gobierno regional en esta legislatura, algo sorprendente por el hecho de que no se inscribió como una política al uso, y su militancia es relativamente reciente. Pero dispone de cualidades que otros políticos más veteranos no incorporan: capacidad para crear marcos, establecer estrategias, jerarquizar elementos del magma político... Tiene un talante firme, pero dialogante, y su paso por la portavocía del Gobierno no ha creado heridas en los medios, salvo las lógicas incomodidades mutuas de cada momento, unas más tensas que otras, pero, hablo por lo que a mí respecta, nunca ha rebasado lo que correspondía a su función, y esto ya es mucho. En definitiva, se trata de una política valiosa y muy empática, porque se entrega a tope y cree de verdad en lo que hace.

Desde que fue señalada como candidata a la alcaldía de Cartagena viene realizando un trabajo de contacto permanente con los vecinos que soslaya la promoción mediática, acudiendo a barrios y diputaciones y organizando reuniones sectoriales en pequeños círculos en una labor doble de mostración y aprendizaje. Su potencial es, de partida, significativo, y combina la constancia con la humildad. Quien la conoce algo sabe que si ha aceptado este envite no es para quedarse en el camino. Su principal escollo tal vez se produzca cuando proceda decidir el conjunto de la candidatura e intente que se visualice un cambio que potencie el efecto electoral de los populares.

Frente a Castejón, Arroyo es una adversaria más que notable; aunque no esté instalada, como aquélla, en la alcaldía cuenta con el partido hasta ahora más votado en la ciudad. Si en 2015 el PP, a pesar de su mayoría, no encontró aliados para jugar la baza que sí pudo instrumentar Castejón, la próxima vez no será así. Arroyo podrá jugar con otros posibles aliados para completar la mayoría, alguno ya con presencia municipal, si bien de sociedad intercambiable con los socialistas (Cs), pero también con algún otro que pueda aparecer de nuevas (Vox), tan vez engullendo a parte del circunstancial avance que el MC de López obtuvo en 2015 al generar un malestar anti Barreiro que, cuatro años después, ya no puede existir. Por el contrario, la política de la exalcaldesa del PP ha quedado engrandecida tras el infructuoso paso de López por la alcaldía y el maniatado periodo de Castejón, tan voluntarioso, eso sí. El PP sólo necesitaría transmitir el efecto de los verbos recomenzar o reactivar.

La batalla de Cartagena se prevé dura entre dos mujeres fuertes, pasionales y de demostrada inteligencia política. Sus potenciales electorados, en lo fundamental, tal vez no serán intercambiables, de modo que más que un choque frontal, cada cual podría intentar recuperar las fugas que han debilitado a sus respectivos partidos. Y ambas adversarias contarán, además, con la propaganda gratuita que sin duda les prestarán sus incontenibles enemigos.