No hay nada más dramático y triste aparentemente que la muerte. Pero, precisamente por eso es fácil que se generen, situaciones chuscas e incluso francamente divertidas a veces. Alguien me hizo reparar una vez en que, una vez pasado el funeral, los grupillos de gente que se generan en la calle tienden a estar francamente alegres y dicharacheros. Probablemente es una expresión del sentimiento colectivo de alivio por no ser el protagonista del evento. O sea, el muerto.

Estos días estamos asistiendo al descubrimiento de un supuesto entramado delictivo relacionado con el inmenso negocio (no es otra cosa, no nos llamemos a engaño) que gira alrededor del evento final del que todos acabaremos siendo protagonistas involuntarios. Solo las bodas, las comuniones y en menor medida los bautizos generan tanto estipendio y volumen económico alrededor de su celebración. Son los hitos relevantes que marcan nuestra vida y en los que (dependiendo de los posibles de cada uno) como padres dadivosos o directamente en nuestro beneficio, acabamos gastando una parte importante de nuestros ahorros. Y menos mal que todavía no se nos ha impuesto como obligatoria esa horrorosa cursilería mejicana de las quinceañeras.

Las estadísticas no mienten: la tasa de mortalidad sigue siendo del cien por cien. La vida (como decía alguien de forma muy descriptiva) es una película que siempre acaba con la muerte del protagonista. O sea, una mierda de historia. En inglés hay una frase hecha que me encanta repetir: «La vida es una perra, y después te mueres». Morirse es un acontecimiento seguro, y alrededor de ello existe toda una industria (la del seguro de decesos) que mueve inmensas cantidades de dinero. Como sucede con la chatarra y todavía en gran parte con las basuras, la industria del seguro de decesos afecta a un asunto que nos produce cierto disgusto y rechazo. Precisamente por ello, los que son capaces de trabajar en esa industria y dar viabilidad práctica y cierta ceremoniosidad a la cosa del funeral y del entierro, tienen mucho ganado a la hora de generar pingües márgenes.

Para los que aún no sean conscientes de ello, les diré lo que descubrí gracias a una corta pero intensa y muy interesante experiencia con la parte publicitaria (que la tiene) del negocio funerario. No olvidemos que las esquelas, por ejemplo, fueron y siguen siendo una de las todavía fuentes recurrentes de ingresos para los periódicos impresos. El caso es que lo que aprendí de uno de los capitanes de la industria es que el margen de beneficio del seguro mortuorio se basa en gran parte en la habilidad de los agentes que asisten a la familia del finado para evitar que éstos reclamen el dinero asegurado. Porque esa posibilidad (uno de los secretos mejor guardados por las compañías) existe. Uno tiene el derecho en esos momentos de angustia y obnubilación a reclamar que se le abone en metálico aquellos servicios que considere superfluos e innecesarios, como la esquela o las flores, por ejemplo. El asesor funerario también tratará en esos momentos de vender una mejora de esas u otras prestaciones, para satisfacción de los afectados y la mejora de los resultados económicos de su empresa y él mismo.

El porqué los seres humanos le damos tanta importancia a que nuestro ser querido sea incinerado en un ataúd de maderas preciosas en lugar de uno de cartón, cuando ambos acabarán consumidos y sus restos indistinguibles en las cenizas resultantes del proceso, necesitaría de una análisis psicológico mucho más profundo del que yo soy capaz de elaborar, al menos en este momento. Y que eso se presta a chanchullos y estafas de todo tipo, lo estamos comprobando precisamente en estos días en los periódicos y esperamos que sus circunstancias queden pronto clarificados en el juzgado correspondiente.

Siempre recordaré el día en que mi potencial cliente (empresario del sector funerario, como he dicho) llegó indignado a una de nuestras reuniones de trabajo. Por lo visto, se había pasado por el almacén donde guardaban el stock de ataúdes y se había encontrado con la sorpresa de que uno de sus empleados había introducido uno que no había sido adquirido por la empresa. El empleado en cuestión le contó que no se había resistido a hacer una oferta a los familiares de un fallecido en tránsito. Les había ofrecido una cantidad de dinero y un féretro de menos calidad, que ellos aceptaron a cambio de dejar una auténtica joya del género. Al fin y al cabo, el negocio es el negocio.

Cuando eres adolescente no puedes dejar de pensar en el sexo. Cuando llegas a viejo, no puedes dejar de pensar en la muerte. No es de extrañar por eso que, coincidiendo con todo este embrollo de los ataúdes escamoteados y cambiados antes de la incineración para lucro de sus artífices, resulte que estoy leyendo un magnífico libro sobre la muerte cuya lectura recomiendo encarecidamente a mis lectores. Se titula Cuando el final se acerca, ha sido publicado por la editorial Siruela y su autora, médico especialista en asistencia a pacientes terminales en un hospital londinense, intenta transmitirnos una visión humana y omnicomprensiva de su experiencia con personas que se enfrentan cara a cara con la muerte. Su lectura me está dejando una sensación reconfortante, lo que sin duda es el objetivo del libro. Y lo consigue sin escamotear en lo más mínimo las partes más crudas y terribles del proceso de la enfermedad y el fallecimiento, vivido en primera persona y a través de los seres que rodean al enfermo terminal.

La muerte se ha convertido en el único gran tabú de una sociedad en la que se habla de todo lo íntimo sin pudor y con gran desparpajo. Por eso nos sorprendemos cuando comprobamos que alguien se aprovecha de nuestro pudor para montar un negocio, y no digamos una estafa como la que se apunta en Valladolid. Pero es que hay que reconocer que la muerte, a algunos, les sienta francamente bien.