Los profesores de media España deben estar escandalizados y los de la otra media, asustados o indignados. O todo a la vez. Parece ser que los profesores de la Comunidad Valenciana van a recibir en los próximos días un escrito informándoles de que tienen que entregar una copia de los exámenes a los padres de sus alumnos si así lo solicitan. No es que haya una normativa sobre esto concreta en esta comunidad, pero lo harán amparándose en una resolución del Defensor del Pueblo, que se acoge a principios de transparencia de la Ley de Procedimiento Administrativo; ya que la evaluación sobre un alumno se puede considerar un procedimiento administrativo. En Madrid, por ejemplo, ya tienen una norma específica que regula esta posibilidad. Así que parece que se trata de una tendencia evidente.

Dicen las asociaciones de padres que están luchando por conseguir que en Valencia se normalice esta práctica que no quieren perseguir o fiscalizar al profesorado; que lo único que quieren es poder llevarse a casa una copia y poder comprender mejor los fallos de sus hijos y ayudarles a mejorar si han suspendido. Viendo el examen en el despacho y sin mucho tiempo para pensar, aseguran, no pueden sacar verdaderas conclusiones sobre dónde están los errores.

El otro argumento que ofrecen es que la mayoría de las tutorías son en horario escolar y no siempre pueden ir, con lo que conseguir una copia les permitiría poder tener información que les es difícil obtener de otra manera.

No dudo de que estos argumentos sinceros de las asociaciones de padres sean razonables, pero reconozco que lo primero en lo que he pensado al conocer esta noticia es en los grupos de Whatsapp de padres y en cómo iban a circular las copias de las pruebas de los niños en esos grupos, con las inevitables comparativas entre repuestas para criticar el criterio de los docentes.

¿Qué nota le han puesto a tu hijo en la pregunta 7?

Un 1,5

¿En serio? Manda foto que lo vea; no puede ser, mi hijo solo tiene un 0,5 y ha escrito tres líneas más que el tuyo.

¿De verdad? Este profesor no tiene ni idea.

Dudo que este escenario tardara mucho en producirse. No tengo más que revisar algunas conversaciones con amigos que son padres en las que me cuentan las cosas que pasan en esos grupos de Whatsapp a los que pertenecen para reafirmarme en mis sospechas. Algunas de las conversaciones que tienen lugar en los grupos de padres y madres serían para publicar un libro de disparates. Admito que a veces me he reído mucho con las capturas de pantalla que me mandaban, casi en tiempo real, de trifulcas absurdas y contactos de revolución por decisiones docentes.

Así que no me quiero imaginar lo que estará pasando por la cabeza de algunos profesores. Es evidente que la transparencia es buena, muy buena; y probablemente una medida así sería utilizada con prudencia y sentido común por el 90% de las personas (quizá soy algo optimista, lo sé). Pero eso sí, ese otro 10% puede hacer mucho daño.

Algunos sindicatos ya se han pronunciado en contra de que esta práctica se generalice. «Una clase no puede ser como Hacienda, donde llegas, pides un papel y te marchas». Creo que tienen mucha razón.

Es cierto que la transparencia evita atropellos, que seguro que los hay, pero también lo es que en el ámbito educativo un exceso de esta transparencia puede hacer que se pierdan algunas perspectivas. En especial pienso en los márgenes que tienen los docentes para tomar decisiones, no solo por el contenido estricto de lo que un estudiante contesta al examen, sino por valorar también las capacidades y el esfuerzo realizado.

Hay profesiones, y la de docente lo es, en las que, a veces, solo a veces, dos más dos no tiene por qué ser cuatro. Y esto no todo el mundo lo entiende.