Se habla mucho de la sabiduría de los pulpos, que tienen un cerebro o así en cada tentáculo, pero nosotros tenemos un encéfalo en cada dedo. Miren, he cambiado de ordenador y apenas he tardado un par de horas en adaptarme al nuevo teclado. Pero no me he adaptado yo: lo han hecho mis dedos. Yo me limito a asistir, atónico, al proceso. Mientras escribo estas líneas, observo mis manos sobrevolando, como las dos alas de un pájaro, la superficie del portátil. Cada uno de sus apéndices es como la pluma de un pájaro: basta que se mueva ligeramente para que el ave gire o para que la pantalla del ordenador se llene de palabras que de izquierda a derecha y de arriba abajo van llenando la página. No soy yo, son ellos, los dedos los que saben dónde se encuentran las letras, los números y los signos de interrogación. Tan solo un par de horas, y las teclas se han hecho amigas de las yemas de mis pulgares, mis índices, mis anulares, y hasta de mis meñiques, pobres.

Yo no soy tan sociable como mis dedos. Yo no me llevo bien con las máquinas expendedoras de billetes del metro, no las comprendo, no comprendo a la mayoría de las máquinas, pero ahí están mis dedos para echarme una mano, o ahí están mis manos para echarme unos dedos. Yo observo con extrañeza mi nuevo portátil de 1.090 euros que contiene avances increíbles. Puedo dictarle, por ejemplo, y al momento aparece en la pantalla lo que yo acabo de decirle en voz alta. En esto entra mi mujer.

-Qué haces -dice.

-Dictándole un artículo al ordenador.

-Vale, vale, recuerda que hay que ir a la ferretería.

Pero mi lengua carece de la habilidad de mis dedos, porque donde yo dicto 'he leído', el ordenador escribe 'me he ido'. Y no me he ido, sigo aquí, de modo que cierro el programa del dictado y regreso a los dedos, que no me decepcionan nunca, nunca. Gracias a ellos y a mis manos en general no soy completamente autista. Con mis extremidades he querido y me he hecho querer porque acarician muy bien. Pregúntenselo ustedes a mi gato, que ve la tele mientras lo manoseo.

En fin, que queda inaugurado el nuevo aparato de escribir artículos, novelas y, con suerte, hasta alguna que otra poesía.