A mí no me pasa nada, como nada me ha pasado estos dos años. Hoy no ha acabado nada pues nada empezó hace 730 días. Sigo sin aparecer en ninguna fotografía y así seguirá mi imagen invisible mientras sonríes sin creer que tienes ningún motivo que no sea yo.

Nadie te preguntará por mí, como nadie tendrá para mí ninguna pregunta sobre ti. De tu boca no saldrá mi nombre, como nadie escuchó en mis labios el tuyo. Tú no has existido. Yo no fui real. Nosotros jamás sucedimos.

«Duermo contigo», me decías cada noche con el otro lado de tu cama ocupado por alguien que no soy yo. «Te quiero», escribías, mientras esas dos palabras resonaban en unos oídos que no me pertenecían y se tatuaban, a fuego y sin derechos, en mi corazón. «En este preciso momento te estoy abrazando», leía yo en mi pantalla, mientras otro cuerpo era estrechado por tus brazos. «Te amo a ti, no lo olvides», y yo no olvidaba que era un amor robado, que nos rompía la cabeza y el corazón compartir. «Yo solo tengo una pequeña participación de ti», lamentaba bromeando contigo, en un lamento que tenía más de queja que de chiste.

Nunca se me dio bien llegar a tiempo. Siempre he tenido la sensación de que a todos les había sonado el despertador menos a mí. Por eso, al llegar a clase, ya estaban todos los asientos ocupados, sobre todo y dolorosamente, el que era de mi interés, el que estaba situado junto a ti. Nunca pillé un aparcamiento libre y me conformaba con estacionar mi coche cansado a dos manzanas prohibidas, paralelas y ocultas, lejos de ti y, desde luego, lejos de las miradas de la gente.

Esa soy yo, la que nunca tiene sitio, la que no pasea de tu mano por la calle, la que nunca cruza a tu acera.

Llego tarde, llego tarde, llego tarde.

Esa soy yo, la que culpan los jueces y los vecinos, la mala de la copla y la película, la rubia con el alma negra y la mirada gris.

«Esa soy yo, la reina de tus noches escondidas, la de las cuatro paredes de una habitación de hotel sin el alma y la calidez de un hogar, sin tu lado y mi lado asignados en la cama, una cama que siempre deshicimos con urgencia y por placer, con amor y con alguna lágrima cuando te ibas.

Entre esas cuatro paredes, los personajes cobraban vida, nacía la esperanza y la palabra 'futuro' parecía posible.

Nadie me ha querido como tú, a nadie he amado como a ti», te confesaba y, a pesar de la soledad del cuarto, esas palabras tímidas y apenas acostumbradas a escucharse en voz alta, se me escapaban entre los susurros y los gemidos de placer. Por unas horas, éramos verdad; por un breve espacio arrebatado a la realidad, podíamos ser nosotros, más nosotros que nunca, como nunca lo fuimos con nadie, como con nadie seremos jamás.

Tras el amor, las duchas minuciosas quitándonos de la piel, la piel, el rastro y los restos del otro y aquí no ha pasado nada.

Pero no nos engañemos: el amor no es suficiente, el amor no lo puede todo y el amor tampoco venció esta vez. No fuimos héroes. Tú no eras el protagonista de tu vida y yo solo era una secundaria.

Se nos enquistó el papel y no quedó otra que matar a los personajes.

Ya nadie me dirá por las noches que duerme a mi lado, nadie me dirá que me ama y que me abraza y que es a mí a quien siente en esa otra piel. Tu vida paralela perderá una parte, la de mi reflejo.

Y yo nada puedo reprocharte. Fui yo quien llegó tarde, fue a mí a quien no le sonó el despertador, fui yo la que no pude ocupar un asiento ya asignado.

Pero que lo sepa, que lo entienda y que lo acepte, no significa que no me duela más que nada. Duele tanto como para que esta herida nunca cierre, tanto como para dejar de intentarlo, tanto como para no querer besos de otros que no sean esos labios que jamás pronunciaron mi nombre, tanto como para no tomar otras que no sean esas manos que siempre negaron nuestras caricias, tanto como para no estrechar otro cuerpo que ese tuyo que morirá abrazado a otro que nunca fue ni será el mío.

Y ya no sé ni por dónde me da el aire y me ahogo. Yo solo sé dónde quiero que me lleve el viento, justo donde nunca más lo hará.