Un niño en un pozo, un avión en el mar, una mujer enterrada, un hombre en el corredor de la muerte. Lo normal es no saber. Es duro, pero deberíamos convivir mejor con nuestra ignorancia. Sin embargo, la tendencia es la contraria. Cada vez la aceptamos peor. Queremos saberlo todo y deprisa, y nada nos causa tanta desazón como la comprobación del espeso velo que oculta la verdad. La apariencia de inmediatez y transparencia del mundo en que vivimos no hace más que aumentar el desconcierto cuando nos enfrentamos a los obstáculos que se interponen entre nosotros y los hechos. Nos aferramos como náufragos al móvil como si pudiéramos llevar la verdad en el bolsillo. La verdad sobre cualquier cosa, las dudas resueltas al instante. Nos da seguridad, y eso está bien, lo malo es que es una falsa seguridad y además nos la creemos. Pasa constantemente en las cosas del mundo, por no hablar de los asuntos del corazón o de la vida de cada uno.

Es horrible no saber lo que pasó. Nos paraliza, como si el mundo se detuviera y no pudiéramos seguir adelante hasta que alguien aclare el misterio. No podemos esperar. Y ni menciones la posibilidad de que el enigma sea eterno. Cuando es de este tipo, mejor olvidarlo, como si no hubiera pasado nunca. Por el mero hecho de dedicarse a buscar la verdad, la prensa debería estar muy acostumbrada al fracaso. Y lo está, lo que pasa es que lo disimula o le da vergüenza admitirlo ante sus lectores. Por eso prefiere llenar el hueco con hechos accesorios, en el mejor de los casos, o con fabulaciones, en el peor, como si fuera inevitable imaginar para poder contar. Quizá lo es, desde el momento en que no hay verdad exterior que no nos interpele personalmente cuando nos tomamos en serio las cosas. Una imaginación de este tipo, sin embargo, no conduce a la verdad sino a la duda, pues no se puede alcanzar un juicio sin hechos.

¿Es culpable o inocente? ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Miente o dice la verdad? ¿Qué oculta? No sabemos nada, pero necesitamos saber. ¿Por qué? ¿Por qué esta ansiedad que nos predispone a dar credibilidad a cualquier bulo construido con nuestros miedos o nuestros odios o nuestro afán de venganza? ¿Por qué preferimos la mentira a la ignorancia? Ahora que creemos tener respuestas para todo, cuando nos falta una sentimos que el suelo se abre a nuestros pies.

En muchas ocasiones hay que aceptar que nunca sabremos la verdad, pues solo entonces es posible la justicia.