Donald Trump no es novedad, aunque sí la munición a su alcance para bombardear al periodismo. En 1969 (se van a cumplir pronto cincuenta años), el vicepresidente de Estados Unidos, Spiro Agnew, pronunció un discurso redactado por el asistente de Nixon, Pat Buchanan, acusando a la prensa de parcialidad liberal. «Una buena política para nosotros es pegarles patadas en el culo a los periódicos», se dice que solía transmitir Nixon a su personal de confianza. Desde luego, es una táctica que los políticos no han dejado de practicar para aparecer como víctimas ante sus electores. Citando nombres, algunos próximos, me quedaría sin espacio.

«La prensa», dijo entonces Agnew, «representa una concentración de poder sobre la opinión pública estadounidense desconocida en la historia». Para él demasiadas personas que leían los mismo periódicos y hablaban constantemente entre sí. ¿Cómo se atreven? Con su mensaje pretendía captar la atención del americano común alejado de los círculos que frecuentaba la intelectualidad judeoliberal. Lo recordaba esta semana Jill Lepore en el New Yorker, a propósito de las relaciones de Trump con los medios y el nuevo papel de los periódicos en la sociedad.

«¿Spiro quién?». La prensa influyente ironizó sobre Agnew antes de lanzarse sobre su cuello. El historiador Arthur Schlesinger, Jr. diría en 1970 que se le subestimó. «Nadie puede cuestionar la fuerza y la personalidad de Spiro T. Agnew, ni el impacto de sus discursos». Nadie tampoco debe permitirse ignorarlo, añade Lepore. Matthew Pressman, otro historiador, sostiene que cualquier comprensión de la crisis del periodismo en el siglo XXI debe comenzar por vencer el fantasma de aquel vicepresidente que puso a los periódicos en el centro de la diana siguiendo la consigna de que para triunfar en la política hay que crearse antes un enemigo fuerte.

Entre 1960 y 1980, la interpretación de los hechos sustituyó en las redacciones a la descripción, y la confrontación a la deferencia. Hasta entonces, cuenta Lepore, nueve de cada diez artículos del New York Times sobre las elecciones presidenciales eran simplemente descriptivos. En1976, más de la mitad se podían considerar interpretativos. Este giro fue en parte una consecuencia de la televisión: las personas que simplemente querían averiguar qué sucedía acudían a la pequeña pantalla; los periódicos estaban obligados a desmenuzar y analizar los hechos. Otra parte fue consecuencia del macartismo y el deber de contextualizar el mensaje que tipos como McCarthy transmitían a la nación.

David Halberstam, que obtuvo un Pulitzer en 1964 por sus reportajes sobre la guerra de Vietnam para el Times, escribiría quince años después The Powers That Be, una historia sobre el auge de la prensa. El libro, que abarca una edad de oro del periodismo, enganchó a decenas de profesionales, entre ellos a Jill Abramson, que dirigió la dama gris hasta 2014.

Abramson, como Halberstam, acaba de publicar, a su vez, Merchants of Truth, que retoma la función de los mercaderes de la verdad en uno de los momentos de la mentira más amenazantes de la reciente historia de la prensa.