La voz de Silvia Pérez Cruz cantando en lengua catalana Coplas del Exilio del gran poeta Joan Oliver (conocido por su pseudónimo Pere Quart) nos lleva a un mundo de dolor y miedo; al escenario continuamente renovado de la persecución del inocente que en plena noche se aventura a cruzar montañas, valles y bosques; a traspasar fronteras huyendo de la persecución. Cuando Pere Quart escribió esos versos pensaba en su propia huida de Barcelona al final de la Guerra Civil. Hoy en día no han perdido ni validez ni actualidad estas palabras del siglo pasado, periódicamente se renueva la agresión, la destrucción y la huida forzada de los inocentes en todas las regiones del mundo.

El período de la Guerra Civil y la inmediata postguerra fue especialmente duro para el poeta quien a su regreso a España conoció aún la cárcel y la represión policial. El que antaño fuera hijo mimado de la burguesía catalana, había soñado con la igualdad social de una humanidad nueva y justa pero su sueño se desmoronaba en medio del complejo escenario de violencia generalizada que conmovió los cimientos de la civilización europea. Pere Quart vivió, como tantos otros en toda Europa, el final del mundo, su mundo, una parte de ese mundo de ayer que sin duda también hubiera definido suyo Stefan Zweig.

La sensación de catástrofe, el trato constante con ella, la ruina física y moral de cuanto se había considerado familiar, bello y digno de ser defendido impuso un tono melancólico y sombrío a sus poemas. Y así, quien es probablemente uno de los mejores poetas del siglo XX español, refleja en su obra una negra estela de preocupación, desgarro y miedo. Las imágenes más tristes del dolor las alcanza el poeta en su producción de los años oscuros de la guerra y la autarquía española. Los temas aparentemente tradicionales de su poesía, como el nacimiento de Cristo, estaban lejos de sancionar un orden cósmico periódicamente renovado por el calendario festivo y la liturgia. Cristo es en su obra un Dios Niño pobre, lloroso, aterido de frío, rodeado de cantos y oraciones mecánicas, de una hipócrita falta de fe y de piedad general. El inocente, indefenso, llora rodeado de fieros capitanes guerreros.

«¿Por qué quieres crecer?» parece preguntarle. No es la salvación la que se renueva sino el dolor en un paisaje humano sin humanidad. Queda, como única imagen de la permanencia, lo oscuro, la calma y la muerte en una más que probable inutilidad de la redención a través de las imágenes tanto del naufragio, como del mar amenazante y la pesada bóveda de un cielo opresivo. El hombre vive su travesía vital como el marinero que surca un mar oscuro sin esperanza.

¿Qué puede aportar el ser individual? ¿Qué puede hacer el poeta, el artista? La respuesta parece más sombría aún. Como un eco bíblico resuena la inutilidad de reproducir la forma de cualquier ser vivo de los que habitan la tierra, sobre ella o bajo ella. Es el 'mandato' de no intentar descorrer el velo del arte, tampoco la entrega ni el amor; pues la expansión del artista no depara sino sufrimiento en un mundo de conflictos. La crítica moderna considera que esta etapa de la creación poética de Pere Quart (con obras como Tierra de naufragios o Vacaciones pagadas) está marcada por su experiencia personal de la guerra y el exilio.

Nada que objetar a lo que es evidente. Sin embargo, estos versos angustiosos son universales como universal es el dolor; pueden ser repetidos y evocados en escenarios que el poeta jamás alcanzó imaginar. La humanidad ha nacido náufraga.