Los lectores de esta columna, si alguno queda, saben que evito la pedantería, pero hoy me veo obligado a recomendar dos novelas. Dos. Un exceso, ya lo sé.

Pero es que si uno quiere entender lo que realmente está pasando en la izquierda (Podemos y derivados), mejor que recurrir a los análisis de Público.es, ctxt.es y otros etcéteras, lo conveniente es que acuda a la ficción, que está que arde. Sabido es que en la izquierda no se toma en consideración lo que sobre ella se escribe desde fuera porque los periodistas convencionales estamos aún enquistados en el qué, quién, cómo, dónde y cuándo y nos cuesta adquirir determinados metalenguajes con los que se desarrolla la conversación entre los afines de ese sector político.

Hay espacios de discusión tan herméticos que si se te ocurre oponerles el lenguaje de la calle te quedas orillado, aunque a la vuelta resulte que todo se muestra sencillo y elemental si le quitas la broza conceptual con que se adornan los discursos para entendidos.

Para huir de la asfixia de los analistas de izquierdas, hay contra pronóstico un espacio en que refugiarse para entenderlo todo. La novela. Adiós al ensayo, que es un tostón. La novela, de la que decían que había muerto, resulta que estaba tomando cañas. Ha vuelto en todo su esplendor. He dicho que al efecto recomiendo dos: Factbook, El Libro de los Hechos, del murciano Diego Sánchez Aguilar, y Lectura fácil, de la granadina Cristina Morales. Nada que ver una con otra, salvo que las dos explican cada una a su manera lo que ocurre en la izquierda (y, de paso, en el mundo), o tal vez a la inversa.

Queda claro (lo sabemos, sobre todo, por las entrevistas promocionales a ambos autores) que son gente de izquierdas, cada uno a su modo, pero tanto Sánchez Aguilar como Morales, en su distinto campo narrativo, practican una ironía de fondo que es percibida por el lector como una afirmación y una refutación, y esto de manera simultánea. Houellebecq, tan de derechas, no habría conseguido nunca una crítica tan profunda a la izquierda como la de quienes la aman.

La ironía que de diferente modo exhiben el murciano y la granadina en sus relatos ni siquiera es evidente; procede de la exposición de los monólogos internos de los personajes, que reproducen los grandes desconciertos vitales. La valentía de los autores al someter sus respectivas conviciones a la autoparodia constituye un ejercicio espectacular de afirmación. Salir vivo de la prueba del carbono 14 es un milagro. Ambas novelas se abisman en la ironía, tal vez involuntaria, al mostrar los pensamientos y motivaciones más íntimos de los personajes en el mimbre de las jergas contemporáneas, desvelando a la vez la fortaleza y la fragilidad de su posición ante el mundo.

Cristina y Diego no perdonan, pero tampoco se perdonan, de ahí que sus respectivas novelas superen el panfleto y nos dejen, tras concluirlas, una estela de inquietud adobada con una sonrisa. Es casi lo mismo que ocurre una vez que dejas uno de estos libros y pones el telediario. Lo que pasa en la izquierda se entiende mejor si vamos a estas novelas, porque el telediario es demasiado serio, es decir, es la ficción.