Si alguna vez, tratando de comprar un yogur, habéis sentido mareos ahí en medio del pasillo de los lácteos, mientras tratábais de decidir si desnatado, 0,0, con bifidus, griego, con trocitos de fruta, líquido o anticolesterolémico, esperad a que lleguen las elecciones de mayo (municipales, autonómicas, europeas y -puede- a Cortes) e intentéis votar a la izquierda del PSOE. No pasa nada, estaremos por el cole vuestros interventores de confianza para echaros una mano en caso de desorientación, y hasta en caso de lipotimia.

Tanto los recientes acontecimientos en el seno del partido morado como las decepcionantes dificultades en muchos territorios (Murcia entre ellos, cómo no) para acordar las candidaturas de unidad, que votaron masivamente las bases de Podemos e IU, son obvios síntomas de lo que vengo en llamar 'Síndrome del FLJ' (por Frente de Liberación de Judea). La famosa escena de La Vida de Brian sigue por desgracia retratando a la izquierda española en su cuarenta aniversario (de la peli, no de la izquierda española): toda divergencia se convierte en una escisión, y a continuación las energías de la militancia se gastan en la lucha dialéctica contra el excompañero.

Me dicen los compas de filia errejonista que no lo vea así, que analice con menos apasionamiento, que la creación de un nuevo partido madrileño puede ser una buena noticia porque, a veces, la multiplicación de opciones tiene un efecto 'virtuoso', más o menos como (añaden) ha pasado con las derechas de unos años pacá, que al mutar de unas a trinas abarcan un trozo mayor del semicírculo electoral. En condiciones ideales, me explican, los votantes de izquierda se movilizarán más si encuentran una papeleta que se ajusta mejor a sus querencias, y, al final, la suma de zocatas desbancará a la que encarnan Vox, Cs y PP.

Oquei, les digo. Voy a respirar. Pongamos que sí. Que el rojerío madrileño olvida el mal sabor de boca de la división. Que se resigna al rol de pequeño partido de apoyo al PSOE. Que se mete a tope en el trance electoral. Que conseguimos no despellejarnos entre nosotros en la campaña, superamos todos el umbral del 5% y, por suerte, hacemos a Gabilondo presidente a cambio de alguna consejería. Albricias. Romani ite domum. A celebrar.

Pero, ¿y en Murcia? ¿Qué ocurre en la región más derechista de España si nos dejamos arrastrar con esa alegría al síndrome del FLJ? ¿Y en nuestros Ayuntamientos? ¿Y en nuestras pedanías? ¿En qué se convierte ese narcisismo de las pequeñas diferencias de que hablaba Freud aplicado a la multiplicación de marcas políticas en un territorio hostil como es el nuestro? ¿Funciona de verdad esa 'fragmentación virtuosa' cuando los números te dejan en espacios marginales de la vida política, sin apenas capacidad de influir en el debate público ni poder para cambiar las cosas? ¿Estamos seguros de que esta competición freudiana no contamina los movimientos de resistencia (por el medio ambiente, por la lucha vecinal, por el patrimonio, contra los recortes) que decimos apoyar? Y por último, ¿tenemos claro, en el fondo y de verdad de la buena, que toda esta estrategia no responde en realidad a un mero encerriscarse contra el compa, como manda la vieja tradición secesionista de nuestras izquierdas?

Son muchas preguntas, lo sé, y también que es imposible tener para ellas respuestas definitivas. Buscarlas en común, presentar una alternativa murciana sólida a las décadas perdidas de gobierno del PP, defender a una población que sufre algunos de los peores índices de pobreza y desigualdad del país es la política que deberíamos estar planteando.

¿Yogures? Amos, anda, no me jodas. En Murcia la izquierda no toma postre.