Toda mi vida quise ser periodista. Cuando jugaba a la radio en la emisora del instituto laboral de Guadix, ya soñaba con ser periodista. Cuando en La Voz de Granada comencé como locutora, ya quería ser periodista. Quería ser periodista como una manera de mejorar la sociedad. Aspiraba a contar lo que pasaba con honestidad. Oía a los corresponsales con admiración. Y no, no pensaba en un periodismo de continuo fake news, ni podía imaginarme la guerra de intereses que se pueden mover alrededor de esta maravillosa profesión. Ni, por supuesto, creí en ningún momento que la prensa pudiera entrar en ciertos juegos de intereses. Definitivamente, tenía un concepto del periodismo muy romántico. Era jovencísima, claro, y a ciertas edades hay que atesorar utopías.

Por supuesto, hace mucho tiempo que dejé de creer que todos los medios de comunicación están libres de funestas influencias y que todos los periodistas lo único que pretendemos es ayudar a construir una sociedad mejor. Entre otras cosas, porque los años pasan, vas dejando cosas en el camino y dejas de creer, por ejemplo, en los Reyes Magos. Pero sí continúo creyendo en que los medios son imprescindibles en una sociedad democrática y que es necesario dejar hueco para algunos sueños. En que los medios son vitales para despertar conciencias y en que deberían estar obligados, también, a no generar conflictos, donde no los hay. Porque una cosa es crear opinión, y otra crear problemas artificialmente. Y hay algunos medios de comunicación que no ocultan sus preferencias, legítimas por supuesto, hacia ciertas formaciones políticas, y que no tienen ningún empacho en eso, en hacer suyos discursos (amplificándolos) que solamente pueden crear desasosiego en una sociedad ya bastante sobresaltada.

Hasta que surgió Podemos, en España no se había planteado la disyuntiva Monarquía-República, sencillamente porque eso no es lo más importante en esta sociedad democrática, donde el papel del jefe del Estado está muy claro en la Constitución. Pero desde el nacimiento del partido de Pablo Iglesias (ya no es el de Errejón, ni el de Bescansa, ni el de Alegre, ni el de tantos otros) el punto de mira se ha puesto en Monarquía-República, como si ese fuese el gran problema de este país. Y lo malo es que algunos medios de comunicación compran la arenga planteando a la sociedad problemas que no son, dilemas que no existen, pero que pueden crear desazón en una ciudadanía lo suficientemente tensionada ya.

Los periodistas pedimos muchas veces a los políticos que tengan sentido de Estado. Pues bien, los medios de comunicación también han de tener sentido de la responsabilidad a la hora de tratar ciertos temas, por mucho seguimiento que hagan de las ocurrencias de Pablo Iglesias (el de ahora, no el auténtico), porque Iglesias ya se nos ha mostrado como un político con un discurso muy antiguo, tan antiguo como el de Anguita, y este es un país moderno y democrático. Y no, yo no creo que los españoles estén preocupados porque en España exista una monarquía democrática. Una monarquía parlamentaria con la que este país está viviendo la etapa de su vida más larga en democracia. Los españoles están preocupados por el espectáculo que están ofreciendo todos los partidos, de no saber a donde van y, lo que es peor, a donde nos llevan.

Por cierto, en un trabajo publicado a principios de este mes por el prestigioso semanario británico The Economist, España aparecía mejor situada que Estados Unidos y Francia en una lista donde figuraban las únicas 'democracias plenas'. Y este Estado se encuentra en esa lista, como mejor quinto país del G20, solo por detrás de Canadá, Australia, Alemania y Reino Unido. ¿De verdad el gran problema de España es la Monarquía? ¿Hacen ruido con esto para que no se noten sus pocas nueces?