Es el cuento de nunca acabar. Estábamos tan ilusionadas, nosotras las mujeres, pensando que todo lo que habíamos andado para conseguir los mismos derechos sociales, civiles, laborales, judiciales, y personales que la otra mitad de la sociedad había dado fruto, y ahora nos vienen con el mismo cuento que llevamos escuchando durante siglos.

Nosotras, las mujeres nacidas en el siglo XX y que hemos entrado en el siglo XXI ya mayorcitas, nos vemos abocadas a la necesidad de echarnos a la calle y gritar consignas que muchas habíamos olvidado. Tengo la rara sensación de que nos han permitido incorporarnos a la vida laboral fuera de casa, a la vida del ágora, con el callado propósito de hacernos naufragar en nuestra fortaleza. Esa fortaleza de la que la otra mitad siempre duda.

Somos débiles, estamos indefensas, necesitamos el socorro masculino para que nos rescate de nuestra cuestionable habilidad para llevar nuestras vidas. Ese lo que parece subyace en los sermones que oimos en las redes sociales, en la tele o en los mítines de algunos. Parecen mensajes secretos de origen ancestral que se susurran en el subconsciente de los que ostentan el poder.

A nuestras personas femeninas le podemos añadir un valor que nos diferencia por completo de ellos y es la posibilidad de ser madres. Y creo que digo bien: la posibilidad, no la obligación de ser madres.

Dicen las estadísticas que la natalidad en nuestro país anda por los suelos. Dicen que las mujeres cada vez retrasamos más la edad en la que nos proponemos ser madres. y dicen las estadísticas que ¡oh maravilla! cada vez más mujeres deciden no ser madres. Ser o no ser madre en estos tiempos es una de las decisiones más trascendentales para una mujer.

Todas queremos ejercer la profesión para la que nos hemos preparado, sea la que sea; todas queremos tener independencia económica para no depender de nadie y poder salir nosotras solas de las piedrecitas del camino; y todas tenemos (creo) la certeza de que parir es fácil, lo difícil viene después.

Soy madre, en mi entorno veo a muchas madres de toda condición, también veo 'no madres' y respeto las dos maneras de sentir y de manejarse en la vida. Lo que no entiendo es como trata el lado masculino a las madres y a las no madres. Estos días mi hermana (también madre), ha visto y sufrido como a una compañera de trabajo embarazada, un señor padre de deportista la consideraba 'media entrenadora' por el mero hecho de estar embarazada.

Somos medias mujeres si nos preñamos y 'complicamos' el puesto de trabajo que ocupamos, somos medias mujeres si no nos preñamos y no contribuimos a que cuando seamos mayores nos paguen las pensiones. ¿En qué quedamos?

Muchas mujeres soportan estoicamente preguntas y comentarios tan amables como «se te va a pasar el arroz» o ese tan huertano de «se te va a secar la mata». Pero pocas veces he oído a mis compañeros no padres que nadie les diga esas cosas. A un hombre treintañero, con o sin pareja, que no tiene hijos no se le pregunta cuándo va a ser padre. No es medio hombre si no lo es, pero una mujer está supuestamente 'incompleta' sin la maternidad.

En las tertulias de la tele he escuchado incluso decir que tenemos que enseñar a las mujeres a no quedarse embarazadas, como si fuésemos tonticas e irresponsables y nosotras solas interviniéramos en el proceso de embarazarnos.

Entiendo que el Estado debe fomentar las políticas relacionadas con la conciliación familiar y profesional, si es que quiere que la natalidad, al menos se mantenga, pero lo que no podemos resistir las mujeres es que la carga mental y física que supone la maternidad recaiga sobre nosotras en tan alto porcentaje con respecto a lo que supone la paternidad.

Solo observando nuestra vida diaria con ojos de madre, como dicen mis hijos, nos damos cuenta de lo dificultoso que resulta llegar a ser una 'buena media mujer'. Es dificultoso si no hay guarderías suficientes, horarios laborales y escolares relacionados, si las tareas deportivas, artísticas y de ocio nos complican la vida más que nos liberan. Ya es tiempo de cambiar lo de 'colchón familiar' por 'colchón femenino', que es mucho más cercano a la realidad.

Si además de todo eso, escuchamos cada día como los señores formales de chaqueta con coderas, nos dicen cómo debemos ser y qué debemos pensar para ser mujeres completas, el cuento pasa a convertirse pesadilla.