La esclavitud de la actualidad obliga a reparar en que el BBVA espió. Qué horror, adónde vamos a parar. Un gran banco implicado en escuchas corruptas, una hipótesis sencillamente inadmisible. Qué será lo siguiente, tal vez la manipulación de los resultados de Gran Hermano VIP, o Corinna manejando los fondos de la Corona a su antojo. Conviene escribir un artículo antes de que se desarrolle un envoltorio protector, que demuestre que la sospecha de espionaje institucional obedece a un inmenso error. Por ejemplo, señalando que el presidente de una institución bancaria no guarda relación alguna con la entidad que encabeza.

Cada crimen de un ser humano se contempla como la confirmación de una penosa inclinación colectiva, pero cada desmán de una entidad financiera constituye una excepción a la incorruptibilidad del gremio. Como mínimo, el presunto y supuesto y con toda probabilidad inexistente espionaje del BBVA ilumina la repentina dimisión de su presidente Francisco González, hipotético espía. Con la sabiduría del retrovisor, resulta curioso que entre las innumerables elegías periodísticas a su jubilación a cambio de unos humildes 110 millones de euros, no se deslizara la mención a una sospecha sobre la precipitación del tránsito.

Hasta la fecha, y salvo error en la búsqueda, todavía no ha pedido perdón ninguno de los expertos que homenajearon al amigo de Aznar jubilado con un lenguaje ditirámbico, desde luego inapropiado si se refiriera al contratante de una operación de espionaje con miles de teléfonos y llamadas interceptadas. Suerte que este atropello masivo no se ha producido. La celeridad del BBVA, al emitir un comunicado para desmarcarse y abominar de prácticas 'deplorables', también apunta a que el banco no recibió la última intervención de la factoría Villarejo con la misma sorpresa que la mayoría silenciosa.

La rapidez del comunicado puede deberse también a que otros países en que opera el BBVA no son tan tolerantes con los pecadillos bancarios, véanse las cejas alzadas de un Fondo Monetario Internacional cuyos gerentes desde Rodrigo Rato reseñan una vinculación con las prácticas corruptas. En el debate intensivo sobre los primeros cuarenta años de democracia, Villarejo vuelve a demostrar que la homogeneidad de la transición no reposaba únicamente en los valores compartidos, sino también en los vicios unánimes que recomendaban el perdón mutuo de los pecados.

El seguramente falso espionaje a cargo del BBVA demuestra la inagotable capacidad de asombro de la ciudadanía, sin la cual no existiría el negocio de la ficción. Sin embargo, sostener la excepcionalidad de la malpraxis fuerza un poco la credulidad del espectador, cuando el consejero delegado en aquellas fechas preside hoy una entidad del rango de Bankia. Cuántas excepciones se necesitan para configurar una regla. ¿Las acusaciones seguramente imaginarias al BBVA son inauditas comparadas con Mario Conde? ¿o con la creación por el Supremo de una doctrina Botín para salvar al presidente del Santander? ¿o con todas y cada una de las cajas? ¿o con las feroces acusaciones sobre la gestión de Ángel Ron en el Popular, ahora en manos de la Audiencia Nacional por la vía penal? La demolición de estos banqueros empezó en el momento en que perdieron su poder, ni un día antes. Como mínimo, esta coincidencia obligaría a la moderación en el elogio a los financieros vigentes.

Si el BBVA pierde la solidaridad de los restantes poderes del Estado en la causa del espionaje, siempre podrá contar con la fe ciega del Banco de España. El supuesto regulador de los excesos bancarios fue incapaz de detectar los desmanes mencionados ni ningún otro, porque sus presidentes se llamen Fernández Ordóñez o Linde están demasiado ocupados regañando a los trabajadores españoles por no bajarse voluntariamente los sueldos.

La complicidad del controlador viene desgranada por Ernesto Ekaizer en su fenomenal El libro negro, cómo falló el Banco de España a los ciudadanos. En cambio, la ciudadanía ha sido generosa con los consejeros de la institución, recibidos en coche oficial en cuanto aterrizan en el aeropuerto madrileño. De no mediar el secretismo religioso sobre la banca, se podría alardear del ingreso en la normalidad de las instituciones financieras. Cuando una entidad algo distinta del BBVA fue acusada de pagos irregulares en Sudamérica, su máximo responsable recorrió las delegaciones españolas preguntándose «cómo se creen que funcionan los negocios en esos países». Quizás la única aportación valiosa de Yuval Noah Harari en sus 21 lecciones para el siglo XXI venga contenida en la frase inicial: «En un mundo inundado de información irrelevante, la claridad es poder». Una impecable justificación del espionaje, que coloca los auténticos datos al alcance únicamente de los privilegiados. Para el resto, nunca ha sido más difícil saber lo que ocurre.