El pasado 1 de enero el euro cumplió 20 años en nuestras vidas, tras arrinconar a la vieja peseta. La percepción ciudadana mayoritaria es que desde entonces se produjo una suerte de redondeo de los precios al alza(lo que valía 100 pesetas pasó a costar un euro, o sea, más de 166 pesetas)que deterioró un poder adquisitivo que ya nunca más se recuperó. Sin negar que ese ajuste especulativo pudo producirse en algunos sectores, lo cierto es que más que una subida de precios, lo que tuvo lugar hace ahora dos décadas fue el arranque de un proceso de devaluación salarial que a lo largo del tiempo se ha ido profundizando y cronificando, hasta llegar a la insostenible situación actual. La prueba del derrumbe de los salarios nos la ofrece la evolución en la consideración que nos merecían hace 10 años los mileuristas (rozando la marginalidad laboral), frente a lo que ahora pensamos de ese nivel retributivo(bordeando el privilegio).

No hace falta tener conocimientos de Economía para entender algo muy sencillo: si países con diferente nivel de desarrollo y productividad adoptan la misma moneda, el déficit en que incurren los países menos dinámicos respecto de los más avanzados, tanto de mercancías como de capitales, no puede subsanarse, por parte de aquéllos, devaluando su moneda (como antes se hacía), sino depreciando toda su economía, sobre todo los costes laborales. Por eso se han hundido los salarios de la Europa del Sur (España, Portugal, Italia): como única forma de competir con la más eficiente área del norte (Alemania, Holanda,?).

Esta pérdida de poder adquisitivo que entraña la moneda única podría haberse compensado como lo hacen los Estados que tienen territorios desiguales: mediante un presupuesto generoso que canalice capital y subsidios hacia las zonas más deprimidas, permitiendo a éstas converger con las más prósperas. Y si bien es cierto que la UE ha dispuesto de fondos de cohesión y agrícolas que han beneficiado a determinadas áreas europeas (entre ellas algunas regiones españolas), lo cierto es que el montante total de estos recursos apenas ha superado el 1% de la riqueza total de la UE. Comparemos este porcentaje con el que representan los presupuestos del Estado Español: un 30%, más o menos, del PIB. En los EEUU, el presupuesto federal se sitúa en el 20% del PIB.

En definitiva, al euro le ha faltado una suerte de presupuesto federal europeo que neutralizara esa pérdida salarial de la periferia del continente mediante inversiones y ayudas que elevaran el empleo y la competitividad en regiones españolas, italianas o portuguesas. Más trabajo y productividad suponen mejores sueldos y, en definitiva, un acercamiento en renta per cápita a las regiones del norte europeo.

Disponer de unas cuentas europeas de suficiente magnitud redistributiva conlleva un grado de unión política que nos acercaría a esa Europa federal a la que aspiran los progresistas del continente. Y lo cierto es que el modelo de construcción europea que se perfiló en Maastricht tiene un sesgo neoliberal que elude la implementación de mecanismos de solidaridad y redistribución inherentes a la existencia de una Europa institucional y fiscalmente unida.

Los países del norte aducen que la eurozona no puede construirse sobre la subvención permanente desde los países más 'virtuosos' a los más 'irresponsables'. Pero el argumento es engañoso: no se trata de que los países más ricos ayuden a los que lo son menos. Lo que postula el federalismo progresista europeo es que las élites (sean de Berlín, Madrid, Roma o Amsterdam) canalicen recursos hacia las capas populares de todos los países, mediante un sistema fiscal progresivo y solidario que arme un presupuesto que haga posible la armonización social del territorio de la Unión. Ésta conduce, inexorablemente, a una mayor armonización territorial.

El euro no tiene ningún futuro si no se soporta en la plena unidad política y presupuestaria de Europa. Mientras no se avance en esa dirección, proseguirá la devaluación salarial del Sur, y en una de esas recurrentes crisis que periódicamente sacuden al capitalismo, el euro perecerá.