El inicio de todo año solemos proponernos cosas. Hay una lucecita que se enciende cuando identificamos algún referente que nos motiva. En mi cabeza brilla Marino Morikawa, científico peruano doctor en Ciencias de la Humanidad y Medioambiente por la Universidad de Tsukuba (Japón), que volvió a su lugar natal, Huaral, para descontaminar el humedal El Cascajo en Chancay, paraíso de su infancia convertido en vertedero eutrofizado. Este hombre extraordinario comenzó pidiendo perdón al medio natural antes de autofinanciar su recuperación. Con un esfuerzo personal sobrehumano, conocimiento, y una confianza en sí y en la laguna extraordinarias, consiguió transformar el horror en reserva ornitológica y ecosistema vivo. A partir de ahí, ha recuperado treinta hábitats naturales en Asia y África, liderado el proyecto Reto 15-Titicaca y lo que está por venir.

Sencillamente, todo es susceptible de cambiar si las personas quieren y se comprometen. En el caso del Mar Menor, a medida que la laguna se va restituyendo a sí misma, ojos y bolsillos vuelven a percibirla como nicho de mercado sin criterio de sostenibilidad, en un ejercicio suicida de obviar los errores. Su recuperación, con todos los sectores implicados dados por aludidos, carece de una restauración integral y de capacidad de innovar en sostenibilidad. El espíritu del Pacto por el Mar Menor trata de que esta restauración nace en la comunidad local, en su contexto cultural, cogiendo la emoción de las personas que habitan o disfrutan del ecosistema a través de experiencias compartidas y, con un sentido crítico constructivo, promover alianzas incluyentes ajenas al propagandismo o la servidumbre.

Pues bien, en el contexto de cambio, el desarrollo económico de la zona sigue apostando por urbanizaciones, servicios, actividades e infraestructuras en entornos degradados que requieren una puesta a punto artificial y mucho dinero de por medio, de incierto retorno para la comunidad que absorbe el impacto. Hay ejemplos en España de emprendimiento pro-sostenible como la recuperación de la bahía de Santander en reserva ornitológica, o la del antiguo arrozal el Tancat de la Pipa en la Albufera valenciana. A mayor altitud, un proyecto Life trata de regenerar el espacio en torno a la estación de esquí de Alto Campoo en Cantabria. Existen ciudades enteras como Gijón, certificadas como destino sostenible. El emprendimiento pro-sostenible añade valor ecológico, social y económico a la zona en la que producen. Nosotros también queremos ser un destino del siglo XXI ejemplo de sostenibilidad.

Al respecto del Mar Menor, hay dos compromisos esenciales de este emprendimiento innovador: el medioambiental y el educativo y cultural.

El primero, con los espacios protegidos y ecosistemas, con la producción sostenible y el criterio de que quien contamina, paga. Ligado a éste, sería inteligente y valiente contar con un fondo para turismo sostenible que retroalimente el sector. Tenemos un recién inaugurado Aeropuerto Internacional de grandes expectativas, aunque sin el cordón umbilical con el Mar Menor que hay en el de San Javier ni su belleza, si recordamos que en España las actividades turísticas suponen más del 11% del PIB, con un disparate de pernoctaciones, podríamos implementar el modelo de comunidades españolas como Cataluña y Baleares, en forma de un impuesto sobre estancias turísticas sujeto a pernoctaciones en la línea de otros países europeos.

El compromiso con la cultura y la educación es el que precisará mayor esfuerzo innovador. Un pilar base podría ser el Museo del Mar Menor, solicitado por el Pacto hace dos años al Comité de Participación Social, que contenga la evolución desde su formación hasta día de hoy, incluyendo esta última etapa de supervivencia y el conocimiento generado, las medidas tomadas, las acciones ejemplares, los vínculos, el 'despertar de la ciudadanía'. Un lugar en la ribera del Mar Menor de conocimiento interactivo, de espacios para charlas y encuentros, gastronomía, ocio y cultura. Para alianzas sostenibles. Y todo ese saber, incluirlo en la cadena educativa, al menos de los municipios marmenorenses, ya sea como extraescolar o dentro del propio programa. Las futuras generaciones tienen en sus manos la defensa y protección del Mar Menor y deben para ello conocerlo. Entonces, lo amarán.

De este modo, en torno al Mar Menor, tendríamos un compromiso integral con nuestra calidad de vida. Si a los marmenorenses nos caracteriza la calidad de vida y contamos con un sello propio, podemos generar un modelo de desarrollo referente en cualquier lugar del mundo gracias a que hemos sido capaces de enmendar errores y crecer. Y habremos conseguido la restauración ecológica de todas las especies que conforman el ecosistema, incluida la humana.

Así que este Mar Menor, conocedor de la importancia evolutiva de un compromiso serio y el terror humano al mismo en un escenario de inmadurez creciente, viendo venir la campaña electoral y los diversos programas y personas que lo mencionarán, andará preguntando: ¿y el anillo pa' cuándo?