El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quiere poderes especiales. Le fastidia depender del poder legislativo y estudia cómo saltárselo para sufragar su obra faraónica. Pretende construir un telón de acero (ironías de la tozudez de la historia) que aísle a Estados Unidos del resto del mundo. Es su 'brexit' particular (ahí os quedáis) para impedir la invasión de los emigrantes, como si fuera la invasión de los bárbaros. Lo que ignora es que (como en Roma) los bárbaros ya están dentro.

Se acaba de estrenar una película que explica muy bien cómo hemos llegado hasta aquí. Se trata de Vice (El vicio del poder), del joven director Adam McCay, estrenada la semana pasada. No es una película sobre emigrantes. Es la historia de cómo el ejecutivo de EE UU ha ido acaparando poder desde la década de los 60 hasta el presente. O más bien es la historia de cómo Dick Cheney (desde diferentes cargos, entre ellos el de vicepresidente), fue tomando decisiones que cambiarían radicalmente la historia de su país y, por tanto, del mundo. Hay que advertir que es una película y que el artista suele tomarse sus licencias. Y el artista, en este caso, tiene un punto de vista escorado; es una especie del Michael Moore (el activista por antonomasia del cine americano), pero ilustrado y mucho más sutil. Es seguro que el joven director de Vice ha forzado bastante en pro de la dramatización necesaria en toda película y atribuye a Dick Cheney «lo que hizo y lo que no hizo», en palabras del consultor político Ignacio Martín Granados.

En cualquier caso hay varios hechos evidentes: la segunda guerra del Golfo propició la actual guerra de Siria, la desestabilización de Afganistán y fue el detonante del actual terrorismo islámico contra Occidente; la lucha contra el cambio climático se ha retrasado durante décadas, con el consecuente perjuicio para toda la humanidad, por haber minusvalorado sus graves consecuencias; y, aprovechando el pánico desatado por el 11S, la presidencia se invistió de unos poderes extraordinarios, en principio, para proteger al ciudadano del enemigo exterior.

Si esto fue obra del vicepresidente o del presidente conocido como 'el hijo de Bush' (el vástago descarriado del también presidente George W. Bush) es un poco lo de menos, lo de más es que el mundo es radicalmente diferente (¿y peor hoy?) por las decisiones de un solo hombre o de unos pocos. Hasta tal punto influyeron sus decisiones que el director de la película pretende que esta sea parte de una trilogía bajo el revelador título provisional de Cómo hemos llegado hasta aquí. La primera entrega fue La gran apuesta (2015), sobre los beneficiarios de la crisis económica, y la tercera abordaría el cambio climático. Es decir, hemos llegado hasta Trump, sus delirios y su obsesión por ampliar sus ya amplísimos poderes porque sus predecesores le dejaron el camino allanado.

Y usted dirá que vale, que muy bien, pero que a nosotros qué nos importa lo que hagan los americanos con sus vidas. Pero no somos una isla. ¿No ha ayudado que Trump esté en la Casa Blanca a que emergiera un partido como Vox? Hasta han copiado el 'America first' y hablan de 'España, lo primero'. ¿Alguien cree que el problema de inmigración en España es tan grave como para expulsar a 50.000 inmigrantes ilegales de una tacada? Da la impresión de que están creando la necesidad de levantar un muro como el de Trump en nuestras costas.

Se puede estar a favor o en contra. Pero la película Vice tiene la gran virtud de hacer reflexionar al espectador, de desafiarle hasta el punto de plantearle si la culpa de esos problemas de los que tanto nos quejamos la tienen los políticos o quienes los votamos. Que toca la fibra sensible lo demuestra el hecho de que en la premier, organizada la pasada semana en Madrid por 'Conversaciones con', el público tradujo su desasosiego en una salva de aplausos al final de la proyección. Como cuando, al sentirnos seguros en tierra, liberamos adrenalina aplaudiendo al piloto.