La alienación masiva en una era hipertecnificada acentúa la marginación que se sufre al no ser sino un mero eslabón en la cadena de producción y de consumo. Incluso entre personas de cierta importancia como cargos intermedios y superiores en una empresa, aquellos que gozan de una sólida preparación técnica y que pueden considerarse personas cultas, es fácil encontrar ese cisma del alma, ese desarraigo que conduce a no poder reconocer como propio aquello en lo que se trabaja, y por supuesto a no amar aquello en cuya producción se participa. Resentimiento, nihilismo, y en último término psicosis, acechan entonces en el mundo organizado a semejanza de una colonia de termitas, donde las necesidades individuales se reprimen hundidas bajo el peso del estrato sedimentario que compone la vida normativa.

Romper ese sedimento, y que por las grietas fluya la lava primordial de los impulsos que amenacen el actual sistema de dominación es algo que retrata Chuck Palahniuk en su turbadora novela El club de la lucha, la historia contada en primera persona, de uno de los siervos de camisa blanca, un empleado técnicamente cualificado a sueldo del capitalismo globalizado del siglo XXI. Su anulación personal está tan avanzada que busca sensaciones auténticas infiltrándose en las terapias de grupo de enfermos terminales para robarles los abrazos que se prodigan entre sí. Este sustitutivo de la vida pronto se revela insuficiente. Y así queda expedita la vía para que irrumpa con mayor fuerza la corriente subterránea reprimida, con una violencia desmedida y una masculinidad agresiva personificada por Tyler Durden, cuya primera aparición es casi primordial y teofánica, desnudo en una playa solitaria, orientando un improvisado reloj de sol hacia los puntos cardinales.

Durden no tarda en revelarse como un varón dominante con la misión de difundir una ideología nihilista y de odio a los convencionalismos sociales y económicos para exaltar la libertad más radical, la fuerza más feroz, la más brutal masculinidad. Su tarea evangélica comienza, acompañado ya por el narrador, con la fundación de los célebres clubes de la lucha. La retórica nihilista de la emancipación conduce a la creación de un movimiento totalitario de acción directa nacido en estos clubes ilegales de boxeo. Tyler Durden acentúa su mesianismo a través de operaciones organizadas de estragos en los que involucra con método sectario a sus boxeadores ilegales, personas aparentemente normales con las vidas castradas de quienes vegetan a la sombra del sistema capitalista conduciéndoles a una excisión, a una doble vida, una visible y pública pero falsa, otra subterránea, violenta, clandestina pero auténtica. Es una proyección de una psicosis colectiva que se corresponde perfectamente con la psicosis individual de Durden cuando comprobamos que no es sino un desdoblamiento de la personalidad del innominado protagonista.

Durden elige expresarse mediante la acción violenta y el ejercicio continuado de su carisma. Su medio de expresión son los hechos y sólo emplea las palabras como en una proyección oracular y sentenciosa de su propio ser, utilizando casi exclusivamente una forma aforística y asertiva con la que canalizar la rebeldía y el rencor. Es así como traza los plantes terroristas para una violenta agresión global que extinga los centros financieros de poder y devuelva el mundo a un estadio primitivo, lejos de la civilización financiera y opresiva.

La recuperación momentánea del protagonista en una clínica mental expulsa momentáneamente a Durden quien previamente había fallado en sus planes de terror global. Sin embargo, las grietas y fracturas sufridas han dejado abierto el camino para que el magma ardiente logre encontrar de nuevo su próxima salida, cosa que ya no tardará.

Quizá El club de la lucha haya ido más allá de sus propias expectativas y la novela no sea solo una historia de retórica descarnada o El gran Gatsby de nuestros días como ha afirmado Palahniuk. Puede ser entendida, y esto es lo inquietante, como el pronóstico de nuestro tiempo, como el anuncio de la irrupción de fuerzas primordiales bajo los cimientos de una civilización material basada con matemática frialdad en el beneficio financiero y en la globalización. El espejismo de su perdurabilidad, la confianza injustificada en que la falta de alternativa consolidaba su pervivencia, hacen más dramática la irrupción de un evangelio del odio acaudillado por apóstoles del rencor que como Tyler Durden han comenzado a filtrase entre las grietas del sistema y elevan ya su atronadora Voz.