La Biblia empezó a escribirse apenas comenzado el siglo VI A.C., hasta aproximadamente el siglo II A.C., en varias etapas ininterrumpidas. Anteayer mismo. En un Jerusalén bajo el reinado de Josías, descendiente del rey David en la XVI generación, que no ocupaba más de 60 hectáreas y con un conglomerado de apenas 15.000 habitantes. Un villorrio. Tal era el mítico Reino de Judá.

En ese reducido espacio, abierto a las influencias culturales helenísticas y comerciales con poderosos países vecinos, bullía un politeísmo importado, con templos dedicados a diversas deidades, que competían entre sí y compartían entre todos restando importancia al Templo de Salomón del lugar, centro de la entidad judía. Como reacción a tal estado de cosas, Josías emprendió una cruzada de purificación religiosa y afirmación de la propia entidad, destruyendo templos ajenos, prohibiendo cultos a dioses extranjeros, persiguiendo todo tipo de politeísmo. Fue el nacimiento del monoteísmo institucionalizado desde un poder central que asumía lo social-político-religioso. A partir de tal momento, el Templo de Jerusalén, con su Sancta-Sanctórum interno y sus patios externos, se constituyó en el símbolo sagrado de la nación (apenas una tribu) judía€

Pero faltaba la consistencia escrita de la tradición, que durase y se transmitiese por generaciones. Así que durante décadas, e incluso siglos, extraordinarios de ebullición política, religiosa y social, de exharcebado nacionalismo judío, una élite de escribas, funcionarios de la monarquía, sacerdotes, ilustrados y profetas, se dedicaron a recopilar, en un núcleo de textos sagrados, dotados de un genio espiritual y literario sin parangón en la época, un relato épico-religioso basado y entretejido a partir de un rico conglomerado de textos antiguos y ambíguos, históricos y de leyendas, memorias y cuentos populares, anécdotas y crónicas tribales, cantos y poesía, y cuanto pudiera encajarse en un único texto de forma armónica, e identitario de aquella primitiva y primigenia nación judía. Una auténtica obra maestra y joya de la literatura universal.

Siete siglos después de Cristo, las costuras de aquel reino/villa estallaron en una abultada y expansiva población de regios funcionarios, una extensísima casta sacerdotal y de profetas, prósperos comerciantes, y un río imparable y contínuo de campesinos, refugiados y repatriados judíos de otras naciones€ y es que antes, había sido invadido y destruido por los sirios, mesopotámicos y otros pueblos, acabando por la propia Roma. Pero el espíritu de la entidad judía prevaleció sobre todo, así como los viejos textos elaborados para que sirvieran a tal fin, y luego traspasados al nuevo y naciente cristianismo paulino.

Pero lo que metafóricamente podemos llamar 'el asalto a La Biblia' más importante y atroz, se ha venido cometiendo desde mitad del siglo XVII acá, desmontándose sus piezas, y volviéndolas a montar para dar sentido al Nuevo Testamento recién incorporado, destruyendo ciertas 'verdades', construyendo otras, intercalándolas e interpolando entre ellas, para que el Antiguo justificara al Nuevo, y así poder presentar todo el conjunto como 'la palabra de Dios'. La cual, hasta hoy mismo, existen sociedades kukuxclanescas, como la Ecole Biblique, o la American School of Oriental Research, que no dudarían en matar (anatemizar y amenazar ya lo hacen) a cuentos no crean a pies juntillas que la jodida culebra mancilló a Eva de un manzanazo.

Y esa es la historia. Y esa es la arqueología. No hablo (ni me interesa) de la fe ni del dogma. Hablo solo de la ciencia. Nada más€ y nada menos. Y que cada cual se calce a sí mismo en sus zapatos y ande su propio camino€ Y el que quiera encontrar, que busque.