Algo parecido a lo que le está pasando ahora a la minería del carbón en el norte le ocurrió hace sesenta años a la industria del esparto en el sur. Que se acabó. O casi. Con una diferencia: que al carbón lo han desplazado las energías renovables y al esparto le dio la puntilla el plástico, ese derivado químico del petróleo que envenena a los seres vivos y destroza el medioambiente. El punto de unión es, en ambos casos, la historia de una cultura obrera heroica o, como dice Julio Llamazares, «la historia de una manera de vivir, de millares y millares de pequeñas historias cotidianas», de miles y miles de vidas rotas o felices, pero vidas todas ellas apegadas a una industria, que con sus luces y sus sombras, sus miserias y grandezas, dio de comer a mucha gente.

En Cieza, centro neurálgico de aquel territorio que los romanos llamaron 'Campus Espartarius', llegó a trabajar más de la mitad de la población en actividades económicas relacionadas con la economía del esparto cuando ya era una ciudad de casi treinta mil habitantes a mediados del siglo pasado y la localidad se había convertido en el mayor centro manufacturero de cordelería de España. Hombres, mujeres y niños (sí, también niños, como en los peores tiempos de los comienzos de la revolución industrial) que con esfuerzo y tesón, casi siempre sometidos a precarias condiciones laborales, trabajaron duramente para sacar adelante a sus familias. Arrancaores, rastrillaores, picaoras, menaores, hilaores? y un sinfín de oficios esparteros más que fueron decayendo poco a poco y volatilizándose a medida que avanzaba una crisis imparable que condenó al paro y a la emigración (sí a la emigración, aunque ya no queramos recordarlo) a miles y miles de ciezanos y de murcianos de otras ciudades esparteras.

Consumado el declive, durante decenios la cultura del esparto se refugió en un rincón de la historia. Aunque siguió teniendo su lugar en el mundo en el Museo del Esparto de Cieza, y en otras iniciativas que florecieron para reivindicar su legado.

Felizmente, tras años de trabajo en la sombra, de enormes esfuerzos de recuperación de la memoria apenas reconocidos, de batallar sin descanso contra administraciones locales y regionales insensibles (ha tenido que producirse un cambio de gobierno en el Ayuntamiento de Cieza para que la labor de más de veinte años del museo sea reconocida), la Administración central se hace eco de ese sentir. Por fin, mediante una resolución que vio la luz hace unas semanas, la Dirección General de Bellas Artes, del Ministerio de Cultura, ha incoado expediente de declaración del Esparto como manifestación representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Una declaración que viene justificada, dice el BOE, por la necesidad de proteger esta cultura milenaria ante el peligro inminente de su desaparición.

Hay motivos para estar contentos ante esta iniciativa. En un contexto de globalización tecnológica y económica sin precedentes, gran parte de este patrimonio, aún vivo, presenta un rápido deterioro. Urge evitar la pérdida de conocimientos ancestrales pertenecientes a una cultura milenaria común a España, Marruecos, Argelia y Túnez, y contribuir de ese modo a fijar en sus lugares de origen a poblaciones expuestas a los traumas del paro y de la emigración.

El esparto tiene motivos para estar de enhorabuena. Por la próxima declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial, sí, pero también por la próxima ampliación del Centro de Interpretación del Esparto y de su Industria, de Cieza, gracias al programa europeo Leader. A lo que hay que añadir, también en estas fechas, la publicación del número 0 de 'Espartania', una magnífica revista, editada por el museo y el Club Atalaya-Ateneo de la Villa.

«Recuperar la memoria colectiva es sobre todo reconciliarnos con nuestro pasado inmediato», se afirma en el prólogo. De ahí que se haya subtitulado este primer número «en tiempo de rebusca». En el mundo de los esparteros, la rebusca en el monte después del arranque era un recurso de los más pobres para ir sobreviviendo. Con esta revista que se inaugura y con la interesantísima información que aporta, se refuerza, si cabe más, la cuadrilla de rebusca espartera cuyo reto es «reconstruir la memoria de la cultura del esparto, buscando en el mapa de los destinos, antes de que se nos borren sus huellas».

Todo ello, sin olvidar la atocha, una planta resistente como pocas a la sequía, o nuestros espartizales y sus ecosistemas que están llamados a jugar un papel de primer orden, como barrera natural ante la desertificación, en la lucha contra el cambio climático.

Hay señales que apuntan que el esparto, como fibra natural, no ha dicho su última palabra. Ni en la artesanía, ni en la industria, ni en el diseño, ni en la protección del medio ambiente...

Esta futura declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial le va a dar alas, sin duda, para volver a empezar. Tras un glorioso pasado le puede esperar un esperanzador futuro. El mismo que os deseamos a todos. Por cierto, Feliz 2019.