Esta Nochebuena hemos cenado en mi casa. Al final, nos liamos la manta a la cabeza y nos juntamos aquí unos cuantos. Eso sí, nada de intentar lo de aquel año; la única vez que he hecho en mi vida solomillo Wellington fue aquella Santa Noche, y no creo que se repita: le pedí al carnicero la mejor pieza, hice todo el relleno ese que lleva, lo tuve no sé cuanto tiempo en la nevera envuelto en film, luego el hojaldre (?si es que no sabes la panzada de trabajar que me di).

Total, que lo metí al horno el día de autos y, al terminar, lo tuve que dejar allí dentro porque, como dicen aquí, 'no cogía' en ningún sitio. Tenía la cocina entera invadida por aperitivos, bebidas, copas, platos y cubiertos, postres a medio terminar, ¡si ya te digo que me tiré una semana cocinando y preparando cosas! así que el resultado fue que después de estar comiendo y bebiendo una hora, cuando aparecí yo con el solomillo, esperando que se abalanzaran sobre él, el personal empezó a hacer muecas ante la posibilidad de calzarse esa mezcla de carne reseca, setas y hojaldre, con muy buena pinta, eso sí, pero del que no vendí ni la mitad. Estuvo rodando por la nevera todavía unos días más, hasta que decidí enterrarlo dignamente, junto con mis ganas de meterme en otro fregao así.

Así que este año cambié de táctica: Capón. Ya hecho. No hay color, hija. Y no sabes el juego que da el no tener doscientas cosas que hacer, así para el último momento. Bueno, tuve a Antonio un par de días quejándose porque lo había hecho él todo, o eso decía, pero ya se le ha pasado. Con esa tranquilidad, pudimos convocar a los asistentes a una hora 'cierta', y cuando vinieron, lo teníamos todo listo, para mi sorpresa. Cuánto hemos mejorado.

Antonio me decía (yo creía que de cachondeo) que le dijéramos a mi padre que íbamos a ver aquí el discurso del Rey. No hay cosa que le haga más ilusión a mi padre que escucharlo. Te parecerá de cachondeo, pero con tanta crianza y con tanta cosa, yo hacía años que no lo escuchaba. Este año podemos decir que hemos reinstaurado la tradición. Encima, con ese pantallón que colocó Antonio, que se ve al Rey a tamaño natural, como si nos estuviera hablando a nosotros. Oye, y otra cosa que antes no apreciaba: lo entendí todo a la primera. Me estaré haciendo vieja, pero como a este Rey lo he conocido desde siempre, no me resulta un intruso. Me parece un auténtico reto lo que tenemos entre manos: él como Rey, y nosotros como ciudadanos. Yo no viví la Transición, y no sé lo que es vivir en una República. Pero sí creo que si a su padre y a su generación les tocó reinstaurar la corona y la Monarquía Parlamentaria como modelo de Estado. Ahora, a este Rey, y a nosotros. nos toca conservarla y transmitirla. A ser posible, transmitirla sin las rémoras de la corrupción y de otros 'adornos' que, si puede ser, hay que erradicar.

Escuchándole he recordado qué es ser Rey. Hay unas funciones enumeradas, lo dice la Constitución, se estudiaba en Derecho Político. Sin leerlas, resulta extraño decir exactamente qué es ser Rey de España, y parece que su función se limita a inaugurar puentes, pero cuando pasas el dedo por encima de la lista, te das cuenta del enorme desafío que supone tenernos a todos unidos por un pasado y por un destino. De todas ellas, a mí la que más me gusta es que encarne la representación de una dinastía histórica. Al fin y al cabo Felipe d'Anjou, nuestro primer Borbón, también descendía de la Casa de Austria (era sobrino nieto de Carlos II, y descendiente directo de una hermana de Felipe II). Por eso, si alguna vez he estado dentro, creo que no, definitivamente he salido del armario y ahora digo sin miedo que soy monárquica. Y por todo eso yo también digo «¡Viva!» cuando oigo decir «Viva el Rey». Y que Viva España.