No solo te observan, es que te venden. Somos demasiado confiados por naturaleza y nos afanamos, sin darnos cuenta, por revelar nuestra intimidad a cada instante.

Cada día retransmitimos lo que hacemos en directo en las redes sociales: fotografiamos los restaurantes a los que acudimos, ofrecemos nuestra opinión sobre asuntos de actualidad, presumimos del destino de nuestras vacaciones sin pensar a quiénes les interesarán esos datos. Todo ello sin olvidar que en ocasiones hablamos de más con quienes no debemos y alimentamos al enemigo con información que podrá emplear en nuestra contra: cuidado con los lobos con piel de cordero que nos rodean.

Más allá de que a los malos amigos se les pongan los dientes largos, nuestro exhibicionismo nos esta arrastrando a perder un bien tan delicado como nuestra privacidad que constituye, no lo olvidemos, un derecho fundamental amparado por la ley.

Pero nosotros mismos nos empeñamos en lucirnos: nos puede la vanidad y ya no concebimos desaparecer el mundo digital porque se ha integrado en nuestras vidas. Nos quejamos cuando nos llaman a horas incómodas las empresas de telefonía o nos envían correos y mensajes con propaganda, pero nosotros mismos hemos facilitado esos datos que valen dinero y se vuelven en nuestra contra, aunque solo sea para molestar en la siesta.

La información que las empresas van acumulando día a día se han convertido en una nueva divisa de trueque. El llamado big data, los macrodatos, que tan necesarios son en ámbitos como la sanidad y la tecnología o para reducir costes en las empresas, nos engullen bajo el pretexto de conocer mejor al consumidor. Y por eso te molestan por teléfono para venderte más canales de televisión con no sé cuántos megas para navegar por internet (y que te sobreexpongas otra vez).

Recordemos la máxima de que «si no estas pagando por un producto, el producto eres tú» cuando nos ofrezcan tarjetas de descuento, sorteos, pertenencia a algunos clubes de supermercados, o nos hagan un regalo a cambio de rellenar una incente ficha en papel o a través de una web, porque nosotros nos estamos convirtiendo en la mercancía.

Por ignorancia o por desidia hemos decidido dar la espalda a la realidad para no descubrir ángulos que no nos interesa conocer y así sentirnos libres de culpar de nuestras omisiones o acciones a la sociedad, al sistema, o al vecino del quinto.

Cierto es que poco podemos hacer para luchar contra ello, pero cuando tienes que exponer tus datos en un folleto de una tienda o gasolinera es para pensárselo. Por lo menos, tómense un momento y, si no quieren que les den mucho la lata, revisen bien la casilla que habla de que sus datos van a pasar a un fichero para mandarle publicidad. No se lo pongamos muy fácil, por favor.