27 DE NOVIEMBRE

Ucrania no existe. Desde que Rusia se apropió en 2014 de la península de Crimea (hasta entonces parte de Ucrania) la comunidad internacional ha hecho poco más que patalear. Ahora, los rusos han apresado a varios marineros ucranianos en aguas limítrofes y ambos países se hallan en pie de guerra. Nuestra amiga Halina es de allí, y cuenta que tiene dos tíos militares que llevan tres días movilizados sin volver a casa. Ser vecino de una nación con ansias imperiales es como llevar una espada de Damocles sobre la cabeza. Según nos cuenta Halina, para el Gobierno ruso Ucrania, simplemente, «no existe».

29 DE NOVIEMBRE

Arroz en Manises. Nos asombra más la composición de un plato de arroz que comemos en el pueblo valenciano de Manises (acelgas, caracoles y habas) que el hecho de estar recorriendo, apenas unas horas después, las calles porticadas de Bolonia junto a nuestra hija. Lo prodigioso se ha hecho habitual. Ya es de noche, y tras el reencuentro entramos en una osteria para cenar tagliatelle al ragú bolognese. De los Apeninos desciende un aire helado. Marta parece haber cambiado bastante en sólo dos meses: se ha dejado flequillo, se la ve más suelta y habla el italiano con sorprendente fluidez.

30 DE NOVIEMBRE

Pasolini en Bolonia. En el número 4 de la calle Borgonuovo, en una casa ahora en obras, nació en 1922 Pier Paolo Pasolini. Hace muchos años que seguí en Córdoba un ciclo completo del cineasta boloñés junto a mi primo José Luis. Sus películas aunaban belleza e incomodidad y, desde luego, no consentían la indiferencia. En el avión he venido leyendo lo último que escribió antes de ser asesinado en 1975, Cartas luteranas, donde desprecia agriamente «el espíritu pequeñoburgués del mundo en que nací». Bolonia ha amanecido a un grado centígrado y los estudiantes caminan envueltos en el vaho de su propia respiración. Recorro a solas el trayecto que Pasolini seguía cada mañana para llegar al instituto Galvani: la calle Santo Stefano (donde vería a diario la placa que recuerda a Giacomo Leopardi, il poeta del dolore), la Cartoleria y la Castiglione. Forzado a ocultar su homosexualidad, futuro militante comunista, quizá odiara este instituto que hoy celebra su paso por él: «A Pier Paolo Pasolini, estudiante de secundaria que honró el liceo y la ciudad con su trabajo como escritor y director».

A lo largo del día paseo con Teresa y Marta por el centro de Bolonia. Ya desde la Edad Media sus arquitectos mostraron propensión al gigantismo, probablemente fruto de la presunción: enormes palacios y altísimas torres de las que pocas quedan en pie, entre ellas la Garisenda, que Dante (estudiante de esta universidad en el remotísimo 1287) cita en el Canto Trigésimo Primero de la Divina Comedia. Son fechas prenavideñas y la gente abarrota los comercios de las calles Maggiore e Indipendenza y del llamado Quadrilatero.

Pasolini hubiese odiado esta estampa. Sentía una animadversión feroz por el consumismo, que calificaba de «la ruina de las ruinas». El salto de la sociedad paleoindustrial (donde las cosas se hacían artesanalmente) a la consumista le parecía «un fin del mundo». Hablaba también de «la estupidez delictiva de la televisión» y lamentaba «el abandono salvaje del campo». El 'Gran Trauma' al que se refiere Sergio del Molino en La España vacía también sucedió en Italia.

1 DE DICIEMBRE

55 vueltas. Si algo le gusta a Teresa son los mercadillos navideños: recorremos varios entre un aroma de castañas asadas y mendigos que venden ejemplares del diario Il Resto del Carlino. Visitamos Mostri, uomini, dei, una exposición con dibujos originales del gran Jack Kirby. En una trattoria de la plaza Santo Domenico, las camareras me sirven un pastel con una bengala chisporroteante. No comprendo qué ocurre hasta que descubro incrustadas en él dos velas con forma de 5. Mi mujer y mi hija han conseguido sorprenderme así para celebrar las 55 vueltas que llevo efectuadas alrededor del Sol.

2 DE DICIEMBRE

Paella de conejo... a la italiana. De las innumerables vidas humanas que surcan el océano del tiempo, uno se cruza sólo con unas pocas, las saluda con su sirena y luego sigue navegando hacia el horizonte. En el piso de Via Castiglione donde se aloja Marta han coincidido Antonio (agrónomo que produce semillas de trigo), Luciano (asesor de inmigrantes) y Elisa (estudiante para mediatore, figura híbrida de intérprete y árbitro). Marta, que cursa tercero de Psicología, ha hecho buenas migas con ellos y parece encontrarse en este viejo piso de techos altos como en familia.

Es domingo y ayer compré ingredientes para hacer paella de conejo. Tras sofreírlo todo en una sartén, y dado que no hay paellera, lo vuelco en una cacerola grande. Todavía no añado arroz ni agua, ya que faltan Luciano y Elisa.

Hacemos tiempo comiendo un salumi calabrés parecido a chorizo y bebiendo tinto: así resulta más fácil improvisar en italiano. En un momento dado me coloco dos bolas de papel bajo el labio inferior e imito a Marlon Brando haciendo de Vito Corleone en El padrino; esto siempre hace reír cuando uno está inspirado.

Antonio es de Nápoles, donde se habla un dialecto contaminado de español. Le digo que leí un libro ambientado no muy lejos, Cristo se paró en Éboli, de Carlo Levi. Resulta que Antonio tiene familia en Grassano y que, mientras Levi ejercía de médico allí, se alojó precisamente en casa de su tío Gaetano Schiavone (hecho que recoge una placa). Todos los habitantes de este piso vienen del Sur; incluso Elisa, siendo de Ancona, procede de familia sureña. Luciano, calabrés, aparece por fin con un pandoro.

Devoran varios platos de paella mientras hablamos de la relación Norte-Sur, muy similar a la de España. A media tarde se incorpora un exultante amigo de Antonio, Mattia, cargado de sfoglatiella, babà y otros dulces «comprados esta misma mañana en Nápoles» (afirma aspirando su fragancia). Reímos con las confusiones que puede originar la engañosa similitud de nuestros idiomas; por ejemplo, 'guardar' se dice en italiano 'salvare', mientras que 'guardare' quiere decir 'vigilar'. Terminamos bebiendo nocillo, licor de nueces verdes y semillas de algarrobo que elabora artesanalmente el señor Erminio d'Aniello, abuelo de Antonio. La sobremesa se alarga hasta la hora de irse a la cama.