La palabra 'drone' en inglés se refiere principalmente a ese pequeño zumbido que hacen las abejas macho al volar, aunque en sentido figurado un refiere también a un trabajador un tanto dejado en sus cometidos y escasamente ambicioso en su carrera. El significado que ha pasado a nuestro idioma, y al resto de idiomas que absorben cada vez con más rapidez los términos de la coiné idiomática del momento, es el del la forma de nombrar esos aparatitos que vuelan teledirigidos desde un centro de mando que puede estar alejado miles de kilómetros, aunque el futuro será sin duda de los drones completamente autónomos.

Los drones se han hecho famosos durante la Guerra contra el Terror, especialmente en el período del presidente Obama, aunque es evidente que están aquí para quedarse. Al fin y al cabo, la aversión del público a 'poner botas sobre el terreno', en la expresión ya clásica, a partir de las traumáticas experiencias de Corea y, especialmente, Vietnam, ha hecho que el todopoderoso Ejército americano tenga que buscar sustitutos para la necesaria fase del cuerpo a cuerpo imprescindible en cualquier guerra de territorios. La otra alternativa es buscar aliados sobre el terreno, como el caso de los ahora traicionados kurdos en Irak y Siria en la lucha contra el Ejército Islámico.

A mucha gente le resulta especialmente inadmisible desde el punto de vista moral, el pensar que un soldado salga por las mañanas desde su bungaló en un suburbio de Kansas City y se dirija tranquilamente al trabajo en su camioneta pickup para sentarse a continuación en una pantalla y dedicarse a bombardear objetivos y matar personas de carne y hueso. Y una vez terminado el trabajo del día, cuyo mayor riesgo es agarrar alguna tendinitis por el manejo continuado del joystick o algún dolor de espalda por la prolongada sentada, volver a casa para dar un beso a los niños antes de irse a la cama y prepararse para una jugosa cena delante del televisor.

Como tantas nuevas tecnologías, los drones prometen enormes beneficios para nuestra sociedad civil, pero la realidad es que se han desarrollado fundamentalmente al amparo de las necesidades militares. El problema es que los terroristas y los gamberros tienen cada vez un acceso más fácil a este tipo de artilugios, cuyos precios han bajado espectacularmente y cuya sofisticación ha aumentado en la misma medida. Lo hemos visto esta semana en el espectacular caos que se ha montado en el aeropuerto de Gatwick por la intrusión, al parecer intencionada, de un par de estos aparatejos manejados por una pareja cuyo objetivo final aún es completamente desconocido en el momento en que escribo esto.

El objetivo puede que sea desconocido, pero el daño infligido ha sido monumental. Con un presupuesto ridículo y al amparo de una tecnología ampliamente disponible y casi imposible de controlar, dos aparentes descerebrados han sido capaces de interrumpir los vuelos en uno de los aeropuertos con más tráfico del mundo. Solo una inmensa suerte ha hecho que mi hija, mi yerno y mis nietos, hubieran escogido esta vez el aeropuerto de Luton, mucho más alejado de su casa en el Sudeste londinense, para volar a Alicante, justo el mismo día en que se suspendieron la casi totalidad de los vuelos desde Gatwick.

Eso que, a nivel civil resulta preocupante, puede que constituya en este momento la principal amenaza para nuestra convivencia pacífica, acosada por unos militantes islámicos regresados desde Irak y Siria y cuya primera oleada de excombatientes pronto será liberada de las cárceles europeas en las que ingresaron hace cuatro o cinco años. Las autoridades británicas y continentales están especialmente alarmadas por la conjunción de ambas circunstancias: los drones y el llamado Estado Islámico 2.0. Por eso los acontecimientos de esta semana en Gatwick, con sus desmedidas precauciones, y las interrupciones a la vida normal que nos esperan en los años venideros.

Frente a esto, las imágenes idílicas del vídeo promocional de Amazon donde se mostraba cómo un dron despega de una furgoneta y deposita graciosamente un paquete en el apartamento de un particular, o en el patio de una casa rural, suenan francamente a cachondeo. Imagínate que, en lugar de una pizza, te llega una bomba preparada para estallar. ¡Menuda sorpresa, María Teresa! Aún así, ya no hay historia o película de ciencia ficción que, por poco presupuesto que tenga, no incorpore a los drones como parte del atrezzo. Y es que no hay nada tan sujeto a la actualidad como nuestra visión del futuro.

No hay solución. Todas las tecnologías sirven para empoderar a los buenos y también a los malos. Los inventos son moralmente neutros y depende de quien los use. Un arma no es buena ni mala en sí misma, depende de quien la empuñe y de los propósitos que albergue al utilizarla. En cuanto a los drones, ya resulta casi inconcebible contemplar una película o un vídeo promocional, del género que sea, sin esas características imágenes tomadas desde un dron. Estos cacharros son tan útiles para los cámaras que hasta sustituyen al clásico trávelin a la hora de filmar una secuencia en movimiento, manejándolo con la mano y colocándolo a cierta altura sin excesiva dificultad para conseguir el encuadre adecuado.

Muchos niños recibirán un dron como regalo de Papá Noel o de Reyes Magos en estas entrañables fiestas. Esperemos que sea para bien, y que no estemos simplemente empezando de forma adelantada el adiestramiento de los terroristas del mañana.

Buena suerte, y Feliz Navidad.