Recuerdo que una vez tardé casi veinticinco años en despertarme. No es fácil arrancar 'esa' página y hacer un avioncito de papel con ella.

No es sencillo cercenar una página escrita a base de palabras, pensamientos, obra y omisión. Una página escrita a través del tiempo. Una página que, en ocasiones, lees y parece que la haya escrito otro y es curioso cómo un simple pensamiento te puede romper un poquito el corazón y una sola palabra dejarlo herido de muerte. Es desconcertante cómo un golpe certero puede emborronar todo lo escrito anteriormente. Sí, las palabras pueden ser balas o flores y hay que poner mucho cuidado con las que uno elige. Sobre todo, a la hora de cerrar una puerta. Hay gente que dice que nadie puede hacerte más daño que tú mismo. Yo por esa gente me alegro. Me alegro de que nunca hayan comprobado lo contrario. Incluso puede que solo traten de justificarse a sí mismos, como quienes dicen que no arrepentirse de nada. Pues bien, yo he aprendido a alejarme de ellos y por eso me fui.

Y no, no es fácil. A pesar de los daños, uno puede permanecer junto a alguien por motivos muy distintos al amor. Pero... esa persona con la que permaneces por costumbre o rutina, por miedo o por pena, por interés o conveniencia, por terceros o por el qué dirán ¿acaso no merece alguien que la quiera de verdad? ¿Acaso no lo mereces tú mismo? ¿En realidad nos estamos haciendo un favor a nosotros o a esa persona?

No sé, a mí el amor como limosna no me parece ni justo ni amor. Y por eso me alejé.

Y resulta que, a veces, solo necesitas alguien que se siente a tu lado en silencio Y así llegaste tú. De entre todas las galaxias, planetas, satélites, astros, estrellas, gases y polvo cósmico del universo, de entre todos los continentes, países, regiones, pueblos, barrios, calles y habitantes, tú. Tú, sin etiquetas y sin precio. Tú, a quien no he elegido, a quien, sin duda, volvería a elegir. Y cuanto más conozco a otra gente, más me gustas tú. Y desde entonces, mis palabras ya no se escriben, se besan.

Pero la vida es así y yo encontré al amor de mi vida subida en un autobús en dirección contraria. El viento no sopla a nuestro favor. Los kilómetros nos contemplan desafiantes, las circunstancias nos separan insultantes. Y, a pesar de que eres lo mejor que me ha pasado, a pesar de que a nadie he querido como a ti, quizá el peor o el mejor de tus momentos no pueda vivirlos junto a ti, pero no te quepa duda: sin estar, estaré.

Y así pasan los días. Y cada día me duele el cuello, la cabeza y la distancia. Y cada dia se me saltan las lágrimas de tanto quererte y no tenerte. Que yo no hago el idiota con cualquiera y a tu lado puedo hacer cualquier cosa. Que no cabe en ningún papel lo que te quiero. Que yo quiero amanecer en tu ciudad.

Recuerdo la primera vez que nos vimos. Caminábamos perdidos por una ciudad ajena, dando vueltas porque tú querías que nuestra primera cena fuese en uno de esos restaurantes de mesas con mantel y yo solo quería besarte.

Recuerdo otro momento sagrado, tú apoyabas tus labios sobre un vaso de papel, lo tomabas entre sus manos, saboreando aquel café. Una vez acabado, escribiste en él palabras de amor para mí, dibujaste notas musicales y otros garabatos. Tú decías que aquello no valía nada, pero yo lo guardo en un lugar privilegiado en mi salón y en mi corazón. A ti no te puedo pedir más de lo que das y tú siempre das más de lo que pido. Has llegado con besos que borran los que antes me dieron. Traes caricias que sanan heridas que otros causaron. Llevas palabras que tapan agravios ajenos. Todo es tan perfecto que, lógicamente, no puede ser. Y yo solo sueño con llegar a viejitos juntos y que aún me tomes el pelo y me hagas rabiar, que siga diciéndote lo guapo que eres y que no me puedes gustar más, que me mimes y aún proteste pues quiero más, que me sorprendas con esas palabras inesperadas que me matan de amor y que nunca nos dejemos de besar.

Y bueno, todo este trabalenguas solo es para decirte que te amo y que si tú quieres, yo puedo.