Cajón olvidado de casa familiar. Ve uno viejas agendas de papel. Año 2000, año 2011, año 1994, año de la polca o la castaña, año de nieves, año pasado, 'año del wolframio', como rezaba el título de aquella novela de Raúl Guerra Garrido.

Contienen nombres, números de teléfonos y ácaros. Los ácaros se comen los recuerdos. No los veo, pero los intuyo, dado que al mover páginas me asaltan estornudos inclementes que me atascan y obnubilan. Leo un nombre que en su día dije a diario. Leo el nombre de una muerta, de un pariente lejano, de un compañero de piso, de un desconocido. El nombre de un representante comecial, de un fontanero, un abogado, un concejal. De un hotel, de un bar, de la secretaría de la Facultad. Nombres y más nombres que han ido, como han podido, sobreviviendo o no al olvido. Hay un borrón en una página. Tal vez en un ataque de ira uno tachó soberbio y endiosado el nombre de algún mequetrefe que le hizo una afrenta. Hay números de teléfonos como más cortos. Números madrileños, barceloneses, marbellíes; números malagueños y de primos, tíos, conocidos de Castellón, Valencia, Ávila. Agendas que son un compendio geográfico. Documentos en los que se puede rastrear una vida. Y eso que uno no era de mucho anotar. Son números fijos. Números que memorizaba y marcaba con frecuencia. Hoy en día la gente no se aprende de memoria el número de teléfono de nadie. Se pulsa y basta.

Alguna agenda es de buena piel, otras no valen nada. Una es de una entidad bancaria. Otra trae el santoral y encuentro una que es literaria, con una frase de un escritor célebre para cada día. La del 4 de mayo de no sé qué año es: «Lo difícil no es escribir, lo verdaderamente difícil es que te lean», atribuida a Manuel del Arco. Del Arco fue un brillante periodista aragonés afincado en Barcelona que se hizo célebre por sus entrevistas. Sobre todo en La Vanguardia a partir de los años cincuenta del siglo pasado y durante varias décadas.

Las entrevistas, con mucha mordiente, iban acompañadas de una caricatura hecha por él mismo. Del Arco sí que debía tener buenas agendas. Neruda, Lola Flores, Kubala. Dicen que a los únicos españoles relevantes a los que no entrevistó fueron Franco y Picasso. Hay una gloriosa con Dalí.

Las agendas son el rastro de una vida, la huella de la biografía sentimental. Tirar una agenda es dinamitar el pasado. Pero al pasado a veces hay que ponerle una bomba. Y colocarla estratégicamente en esos puentes hacia los recuerdos lacerantes.