Con todos sus defectos y problemas, la socialdemocracia es uno de los mejores sistemas políticos que, aplicado a nuestro entorno, desde la Región de Murcia a Helsinki, como miembros de la Unión Europea, puede garantizar la libertad y convivencia pacífica en el ecosistema civil.

La socialdemocracia permite que cualquier pensamiento político sea escuchado sin censuras ni prohibiciones, facilita un marco constitucional donde vivir en armonía bajo el respeto a las normas establecidas y garantiza la igualdad de trato de todos los individuos ante la ley sin importar su condición política, raza o religión.

Recientemente, en las elecciones andaluzas hemos presenciado como los principales partidos constitucionalistas han perdido terreno frente a posturas políticas más extremistas y populistas. PP y PSOE, ambos con los peores resultados de su historia, junto con Ciudadanos han sumado 80 escaños, frente a los 103 que alcanzaron en las elecciones de 2008.

En diez años, los partidos de centroderecha e izquierda han perdido más de un 20% de su representación democrática. Este fenómeno no es un hecho aislado de nuestro sistema político, sino que también se ha manifestado, con mayor o menor virulencia, en democracias tan asentadas como la italiana, francesa, griega y austriaca.

¿Cuál es entonces la razón por la que la socialdemocracia esta retrocediendo ante posturas más extremistas y radicales del arco político? Principalmente, sufrimos la incapacidad de dar soluciones efectivas a los problemas reales de los ciudadanos europeos de principios del siglo XXI.

La falta de perspectivas económicas y laborales expulsan a la juventud sin oportunidades para organizar una vida con calidad similar a la de sus padres. Y, por otro lado, vivimos un progresivo debilitamiento económico de la clase media y en consecuencia el aumento de la brecha entre clases.

También, nos enfrentamos a la falta de medidas efectivas ante la avalancha migratoria y la ausencia de políticas realistas que garanticen la integración de los inmigrantes, porque en caso contrario se ven abocados a la marginalidad y la exclusión social.

Por último, observamos con preocupación los riesgos que se ciernen sobre el sistema de bienestar social, principalmente derivados de la incertidumbre sobre la sostenibilidad a medio plazo del sistema público de sanidad y pensiones.

Todo este cóctel, aderezado con los intolerables casos de corrupción política, han culminado en un hartazgo de buena parte de la población civil que ve que los partidos conservadores son incapaces de gestionar y resolver los principales problemas de las democracias europeas.

En esta tesitura, necesitamos políticos con sentido de Estado, políticos que sean capaces de aparcar sus diferencias ideológicas a fin de negociar y consensuar con el resto de los partidos conservadores políticas efectivas que permitan revitalizar a la socialdemocracia como un sistema capaz de garantizar el Estado del bienestar en nuestros tiempos.

De lo contrario, creo que seguiremos observando como el arco parlamentario se sigue tensando por los extremos. Promover la justicia social dentro de una economía de mercado sostenible y próspera es uno de los objetivos irrenunciables.

En nuestra historia contemporánea, alcanzar unas cotas razonables de Estado-bienestar en sanidad, educación y servicios sociales ha sido crucial para conseguir el mayor periodo de paz desde el final de la Segunda Guerra Mundial con un progreso envidiable de los europeos, entre los que por suerte nos encontramos.

Hoy nos estamos jugando mucho. Y el 'tacticismo' político de corto plazo puede acabar con la visión de Estado necesaria en cada territorio de la Vieja Europa que aún nos cobija.