No hace mucho le pregunté a un joven amigo, de alrededor de 30 años, cómo le iba la vida porque hacía tiempo que no lo veía. Me respondió lo siguiente: «Voy tirando. Con lo que gano en el trabajo tengo lo suficiente para pagar la mitad del alquiler del piso que comparto con mi novia, los gastos generales de la casa, mi tabaco y la gasolina del coche. Los fines de semana me voy a ver a mis padres, y mi madre me prepara táperes con comida para toda la semana. Ya te digo, voy tirando».

Seguimos charlando. Su novia es algo mayor que él y me cuenta que, cuando hablan de la posibilidad de tener un hijo, ella cree que se le está «pasando el arroz». «Nos gustaría tener al menos dos, pero a ver quién es el guapo que se mete en traer un crío al mundo con las condiciones de trabajo que yo tengo -es un autónomo al que contratan con discontinuidad- y mi novia está igual que yo».

De este hombre y de algún antiguo alumno en parecidas condiciones me acordaba yo cuando esta semana leía la estadística de nacimientos y defunciones en España, en el primer semestre del año. Desde que hay registros, nunca se había cuantificado una cifra menor de nacimientos en nuestro país, que ha resultado ser, además, menor a la de defunciones; es decir, que la población española va siendo cada vez menos numerosa. El porcentaje de 1,3 hijos por madre en España comienza a preocupar seriamente a todo el mundo. La Región de Murcia ha brillado con luz propia porque su saldo ha sido positivo. Aquí han nacido unos novecientos seres humanos más de los que han fallecido, aunque es menester que se resalte una cuestión en este dato: el resultado es debido a que el 25% de los niños nacidos en Murcia han venido al mundo de madres inmigrantes, que suelen ser las que más hijos tienen.

Y, ¿cómo hemos llegado a esta tan preocupante situación? ¿Quién va a ocupar los puestos de trabajo que necesitarán juventud e ímpetu dentro de veinte años? ¿Quién va a cotizar a la seguridad social para que los cuarentones de ahora puedan cobrar sus pensiones? La respuesta a la primera de estas preguntas está muy clara. Desde los distintos gobiernos, a nadie le ha importado un pimiento motivar al personal para que tenga churumbeles. Enumerar los problemas sin resolver sería una obviedad porque todo el mundo los conoce, pero ahí van algunos: la precariedad laboral, la mala conciliación trabajo-familia, la falta de guarderías públicas, la ausencia de cualquier incentivo o ayuda económica para hacer frente a los primeros años del niño, etc. Para muchísimas jóvenes parejas españolas la idea de tener un hijo, por otro lado ansiada según han confesado, se va dejando para más tarde, año tras año, para ver si las circunstancias de sus vidas mejoran. El resultado suele ser que cuando van comprobando que nada lo hace más fácil, tienen un bebé antes de que se les pase el arroz del todo, y él se hace una vasectomía, y a otra cosa mariposa.

La respuesta a las dos preguntas siguientes es la misma. De esos trabajos y de esas cotizaciones se tendrán que hacer cargo los inmigrantes que vayan llegando, y a todos esos que reniegan de la inmigración he de decirles que puede ser que llegue el momento de que haya que pedirles por favor que vengan a trabajar, no ya en los puestos que nosotros no queremos desempeñar ahora, sino en los que no habrá nadie para desempeñarlos. Y eso por no hablar de la despoblación que ya se está produciendo en una gran parte de nuestro país. ¿Saben ustedes que en la mitad de las tierras de España vive el 5% de sus habitantes?

Esta generación ya está como está y eso no tiene remedio, pero, ¿habrá un gobierno que realmente se preocupe de implementar políticas que cambien esta situación en el futuro?