La escenografía navideña está preñada de luces y compras, tradición y derroche, solidaridad y hedonismo. La cultura del ocio y la imagen alejó los tiempos en los que la religiosidad era la justificación última de las celebraciones y ahora la felicidad basada en la satisfacción del consumo es el marco prácticamente único de unas fechas como las que estamos viviendo. Los neones y la publicidad atosigan el contexto navideño cada vez con más potencia y cada vez de forma más anticipada, y los cantos de sirena del derroche pugnan por sepultar definitivamente los mensajes sinceros de cariño y lealtad que aún sobreviven entre las personas

Sin embargo el consumo no consigue hacer olvidar las esencias navideñas precisamente porque los ritos de la Navidad están enormemente fijados y sólidamente establecidos. Por fortuna, o por aburrimiento, los rituales de la Navidad son cada año copia clónica de los del año anterior. En idénticas fechas e idénticas circunstancias se repiten invariablemente idénticos gestos e idénticos sucesos. Esta tozuda repetición de formas y maneras es la clave de cualquier ritual festivo que se justifica a sí mismo por el propio hecho de su repetición, y en Navidad está tozudez de las costumbre se sublima: las familias cenan invariablemente lo mismo en nochebuena, salen los mismos días al mismo ritual de compra, viajan al mismo pueblo de los abuelos y saludan al año nuevo con los mismos gestos y la misma cogorza. Cuando en una Navidad las cosas son distintas es porque algo va mal o especialmente bien: un viaje singular, una nueva casa, una muerte, una ausencia...

La repetición de los hechos los hace rutinarios pero también los convierte en más resistentes a cualquier tipo de corrupción de su sentido. Por eso los buenos deseos, los aspectos positivos de la Navidad, son capaces de resistir el tremendo embate del consumo. Creo por ello que la actitud más progresistamente conservadora es estar de acuerdo en que las Navidades españolas seguirán siendo tanto más auténticas cuanto más nos resistamos colectivamente a los cambios homogeneizadores que nos vienen de otros países: defendamos los Reyes Magos frente al Papá Noel, los regalos el 6 de enero frente al 24 de diciembre, los belenes frente a los arbolitos, porque en ello nos va, en el fondo, el mantenimiento de unas fiestas con esencias culturales y a la escala humana. Y utilicemos también esta locura de compra para apoyar al pequeño comercio y al comercio justo, sin que la gran superficie y la compra on line sean nuestra única fuente.

En cualquier caso, era mi intención al comenzar a escribir esta columna era utilizarla para desear felicidad a mis amigos, a mi familia y a los trabajadores y a los lectores del periódico. Lo hago desde aquí, con todo el corazón y el sentimiento, a pesar de que desde mi radicalidad filosófica estoy personalmente convencido de que la felicidad no se desea, sino que se conquista o te la regalan.