No me negarán que, en estos días de ajetreo prenavideño en el coche, han recibido o dado algún que otro bocinazo en una de las 'malditas rotondas'. Esas que, más que aligerar el tráfico, lo complican y emponzoñan.

Es la ambientación sonora que acompaña a esta obra que los Ayuntamientos se empeñan en dulcificar colocándole vegetación amazónica (que impide ver los ángulos de entrada y salida) o composiciones escultóricas de imposible interpretación. ¿Alguien sabe el orden de prioridad cuando se circula por una rotonda? Levanten el dedo; no se engañen a sí mismos, no me valen las alusiones genitales. Pues eso.

Por si hay que acordarse del que la inventó, cuando se hayan dejado la aleta delantera, un faro y la superficie de la puerta en un 'abrazo' con otro turismo empeñado en compartir carril, les diré que fue un ingeniero británico. Frank Blackmore, dispuesto a reducir la velocidad en los cruces y ahorrar en semáforos, diseñó esta máquina de hacer dinero para los talleres de chapa y pintura; y para la venta de antihipertensivos.

Como en Reino Unido llevan desde 1975 de disgusto en disgusto, y más allí,que encima hay que tomarlas por la izquierda, idearon dos soluciones abominables para intentar enderezar el entuerto. Una, no vista todavía en Murcia que yo sepa, es la denominada 'turbo rotonda'. Consiste en fijar líneas continúas y discontinuas en todo el anillo hasta formar una especie de espiral laberíntica. El conductor, antes de entrar, decide en qué salida la abandonará para circular por el exterior, el centro o el interior. Es tal el galimatías que, a la primera instalada en España hace nueve años, iban los vecinos (jubilados mayormente) a ver cómo se las ingeniaban los vehículos sin estamparse.

La otra es la 'rotonda semafórica'. Un rendirse a que la obra no sirve para nada y a la que se le 'pinchan' semáforos como en un cruce normal. Esa es la peor. Y si tiene cuatro o cinco carriles, y pasa un tranvía, ni les cuento.

Unos instrumentos imprescindibles para salvar indemne una rotonda, y por ello nada usados por los conductores, son los intermitentes. Los inventó en 1914 (tanto tiempo y algunos no se han enterado de que existen) Florence Lawrence, la primera actriz de la historia del cine.

Sean ustedes condescendientes al volante, perdonen los errores del prójimo y así no lamentarán estos días 'la maldita rotonda'.