No es fácil ser mujer.

Que me lo digan a mí que llevo desde que nací, hace como veinticinco años ya, intentándolo y aún no lo hago bien del todo. Bueno, algunas cosas sí que he aprendido, como por ejemplo, a mentir sobre mi edad.

Os digo que no es sencillo ser mujer, eso está claro. Imagina que te tomas un disgusto soberano con alguien, pues en vez de arreglarlo o hablarlo con esa persona, tienes que responder que no te pasa nada o que él sabrá o estarte muy calladita o irte de compras. A mí todas las opciones se me dan fatal. Se supone que, como mujer, me tiene que encantar, por ejemplo, ir de compras y que todas las penas y disgustos se me han de pasar con ello. Pero yo odio las aglomeraciones, las compras superfluas, andar mirando cosas, revolviendo ropas, olisqueando en los complementos o lo que sea.

Es muy complicado ser mujer. Tienes que lucir perfecta y femenina y rejuvenecer veinte años cada poco. Debes cuidar tu cabello, sanear las puntas, hidratar, tonificar, hacerte un alisado asiático, lograr unos rizos perfectos, saber qué colores se llevan, los tipos de corte que te favorecen según la forma de tu cara o la temporada o el horóscopo. Y no olvides cuidar también tu rostro, cerrar los poros con llave, disimular las ojeras, reducir las bolsas, eliminar las patas de gallo, difuminar las marcas de expresión, los pequeños signos de envejecimiento, exhibir unas pestañas de vértigo, por obra de gracia de la máscara milagrosa o implantadas pelo a pelo, unos labios carnosos, perfilados, con pintura permanente que no se vaya al besar, al beber, al comer (es mejor que no comas que engordas, engordar es el demonio), debes meterte hilos de oro por no sé donde, ponerte la nariz de no sé quién, llevar las cejas finas, gruesas, teñidas, maquilladas, los dientes perfectos y blancos como los de la tele. Y así vas bajando milímetro a milímetro por tu cuerpo y todo necesita restauración, cuidado y mantenimiento, tiempo y muchas horas más al día de las que tiene. Has de usar cremas, geles, radiaciones, electrodos, cápsulas, jugos, seguir las dietas a, b, c o d, que estén de moda. Que si acaba con esos centímetros de más, con la celulitis, con las manchas, con la sequedad, con las estrías, que si ahora tienes que tener los pechos pequeños, ahora grandes, los pezones no sé cómo, el vientre plano, el ombligo bonito, las piernas infinitas, las axilas blancas, el innombrable como la Barbie, eliminar el vello corporal en equis sesiones, mediante cera fría, caliente, láser y mil métodos más no exentos de dolor y estar delgada, siempre delgada, pero bien hecha o si no estás bien hecha, te haces.

Y, por supuesto, las uñas perfectas de gel, de acrílico y de yo qué sé ya. Las de las manos y las de los pies y los talones suavitos y los codos también y el aliento fresco y la mirada arrebatadora y los dedos largos y de pianista y el maquillaje y tú, infalibles. Y estar contenta y activa e ir al gimnasio y hacer manualidades, galletas y peleas de almohadas con los niños y con tu pareja y preparar zumo de naranja natural y desayunar todos juntos en la cocina con una barra americana en medio y otra barra de esas de bombero en el salón para cuando se duerman los niños, hacerle un show a tu pareja. Y ser una fiera en la cama, discreta en la calle, divertida en las fiestas, interesante en las citas y glamourosa siempre. Debes además, hacerte valer y ser esquiva, pero sin resultar mojigata ni cruzar la delgada línea que, hagas lo que hagas, te convertirá en puta.

Es harto difícil ser mujer, queridos. Y yo soy una mala mujer, muy mala sin duda. Me deberían volver loca, por ejemplo, los zapatos y saber manejar unos tacones con sofisticación y paso firme, pero yo, a los diez minutos de llevar tacones, parezco un rapero caminando y a la media hora, ya me quiero cortar por los tobillos los pies. Y los trapitos y complementos me tienen que volver loca y tener los de fondo de armario, los de temporada, los que crean tendencia y los que 'la están rompiendo'.

Todo esto y mucho más lo he aprendido en las revistas 'para mujeres' de la sala de espera de las consultas médicas y en las de la peluquería, en los anuncios de la tele, de la radio, en la publicidad de la prensa escrita y digital, en Internet, en las cadenas de whatsapp y por boca de la vecina del quinto o de la señora o el señor que no te conoce de nada y te aborda por la calle o en la caja del supermercado. Y podemos llegar a la conclusión de que no solo es difícil ser mujer sino que implica, a su vez, tremendo tiempo, sacrificio y dinero, mucho dinero.

Por no hablar de lo que has de aguantar si conduces. «Jajajá, las mujeres tienen menos accidentes, pero los provocan». «Jajajá, mujer tenías que ser». Y te tienes que reír, claro, por no partirle las piernas a nadie y has de aguantar los pitidos, las prisas, los malos humos, que se te peguen al culo (al del coche) y que te miren lascivamente en el semáforo. Y a la hora de aparcar, ni os cuento. No importa la edad, clase social, profesión, cultura ni especie, ese ser masculino no podrá reprimir su instinto y te dará instrucciones e indicará maniobras, gesticulando mucho y situándose justo donde más moleste, mientras tú sí que tratas de reprimir tu instinto de atropellarlo.

También es muy recomendable, si eres mujer, aguantar las majaderías, miradas, babas, piropos, zalamerías, lisonjas, bravuconadas o majaderías de desconocidos y no sentirte intimidada ni asqueada ni importunada por ello. Debes aceptar que no entiendan que te pueda molestar o incomodar. Eso no lo cuestionarán solo ellos, también otras mujeres. Sí, queridos. Al igual que tu aspecto, tus modales, tu carácter, tus decisiones. Todo es cuestionable, todo el tiempo.

Y es rematadamente incómodo ser mujer y tener que mostrar un comportamiento distinto a los hombres si no quieres ser juzgada, cumplir un rol, una función, marcada durante siglos, aceptar que se vulneren tus derechos, que se te niegue o dificulte o se cuestione tu acceso a determinados sectores o que cobres menos por hacer lo mismo que un hombre sin despeinarte y con una sonrisa, que debas conciliar unilateralmente tu vida familiar con profesional y no sentirte culpable ni quejarte, aguantar preguntas estúpidas al respecto y ver impasible cómo todo esto se niega. Desafortunadamente, no solo hombres, también mujeres.

Y es realmente jodido, muy jodido, comprobar que nos siguen maltratando, violando, matando y cuestionando, juzgando y culpando por todo ello: por sufrirlo, por padecerlo, por aguantarlo, por ocultarlo, por contarlo, por denunciarlo o por no hacerlo.

No es fácil ser mujer.