Fue el periodista Nicolás Castellano el que me invitó a participar en Periplo, un festival que reúne cada año en Puerto de la Cruz (Tenerife) a personajes que por necesidad o por placer han hecho del viaje, del transitar, su forma de vida. Dialogar con un periodista al que quiero y admiro, mostrar mi trabajo, escuchar a autores de la talla de Javier Reverte, Pepe Naranjo o David Jiménez, y pasar unos días calurosos en una isla, mientras el resto del país tirita y estornuda dibujaba un plan irrechazable. Una vez allí, el festival organiza cenas con los ponentes para que los debates que tienen lugar en el escenario se alarguen hasta que el sueño te atrape, o hasta que el cuerpo aguante, depende de los 'arehucas' que cada uno se eche al cuerpo.

Entre aquel grupo heterogéneo de mujeres y hombres curtidos en mil batallas, de egos orgullosos y prestigiosos, llamaba poderosamente la atención ella, sentada en su silla de ruedas, callada, aparentemente frágil, como ajena a todo cuanto le rodeaba, atendida con mimo por su hermana. Justo cuando ya se marchaba a descansar, me acerqué a hablar con ella y le prometí que acudiría al día siguiente a escucharla. Castellano me había puesto sobre aviso: «Vas a flipar con su historia».

Al día siguiente, a la hora señalada en el programa de mano, me ubiqué entre un público que llenaba el pequeño auditorio instalado en plena calle, y aquella joven que la noche anterior se me antojó frágil y callada, cansada y ajada, se presentaba ante nosotros sonriente y luminosa, con una seguridad arrolladora y un dominio extraordinario de un inglés aprendido con vídeos de YouTube en sus largos encierros de un quinto piso en Alepo.

Nujeen Mustafá contó su historia con todo lujo de detalles, historia que la periodista Christina Lamb, biógrafa de la Premio Nobel Malala Yousafzai, ha recogido en un libro editado por Harper Collins, y que se me antojó uno de los más increíbles, emocionantes e inspiradores relatos que jamás he escuchado.

Nujeen, acompañada de su hermana Nasrine, emprendió un viaje de 5.600 kilómetros desde su Alepo natal hasta Colonia, donde hoy reside como refugiada. Un viaje en silla de ruedas para huir de la guerra, el miedo y el odio (ella y su familia son kurdos), un miedo que le dio fuerzas para subir a una lancha y cruzar desde las costas de Turquía hasta la isla griega de Lesbos, un miedo que la empujó de día y de noche por carreteras y campos de Macedonia y Serbia, que la ayudó a atravesar fronteras en Hungría y Austria. Un miedo que se fue tornando esperanza a medida que se acercaba a Alemania, el país donde su hermano y una vida nueva les esperaban.

Durante la cena pude ahondar más en su vida, en los detalles. Me conmovía su manera de convertir una historia que cualquiera narraría de forma dramática en algo transformador e inspirador, como si aquel viaje le hubiera enseñado un nuevo camino, un nuevo propósito en la vida: descubrirnos que tras los números y datos en los que se ha convertido el drama de cientos de miles de refugiados, hay personas, como usted, como yo, que merecen ser tratadas con respeto y con cariño, personas que han pasado por situaciones que ninguno de nosotros conoceremos jamás, y que en vez de encontrar consuelo y calor, son recibidas con frío y burocracia por media Europa.

Al despedirnos me preguntó si me gustaba el fútbol. «Claro», dije yo, no solo me gusta sino que tengo la inmensa suerte de trabajar para mi equipo desarrollando sus campañas sociales. «¿Y de qué equipo eres?». Fue decir la palabra Barça y su rostro se iluminó con esa sonrisa pícara que acompaña con una mirada al suelo, como si no pudiera creer lo que le decía, como si ella y yo fuéramos los únicos aficionados de un club desconocido. Entonces me reconoció que era una gran aficionada y me dio toda una lección de historia del Barça, los nombres de jugadores legendarios, los años en los que el club ha conseguido sus trofeos más importantes, datos solo al alcance de alguien dotado de una enorme inteligencia y con una pasión desmedida por esa religión que es el fútbol.

Me dijo que tenía tres sueños, ver un partido en el Camp Nou, conocer a Leo Messi y ser astronauta. Se parece mucho al tipo de sueños, aparentemente incoherentes, que tienen los niños, con ese optimismo desaforado de quién cree que todo es posible, que todo es alcanzable. Le prometí que la ayudaría a conseguir dos de sus sueños, y que el tercero se me antojaba una tarea mucho más complicada.

A mi regreso, con el reposo que exigen estas experiencias, entendí que cumpliendo el sueño de Nujeen, cumpliendo mi promesa, podía, además, hacer la campaña de Navidad que el Barça me había pedido. Dicho y hecho, Manu, el chófer del primer equipo del FC Barcelona, recorrió 1.360 kilómetros hasta Colonia al volante de un autobús en el que viajan los sueños de más de trescientos millones de aficionados, recogió a Nujeen de su casa y la trajo hasta el Camp Nou, donde no solo pudo ver un partido en el palco, sino conocer al presidente, a Iniesta, a Piqué, a Ter Stegen y a Leo, por supuesto. Aquel viaje se convirtió en una campaña, El sueño de Nujeen, que fue noticia en medios de todo el mundo y que ayudó a dar a conocer la historia de esta joven que se ha convertido en un símbolo de esperanza y generosidad, de lucha y de coraje para mucha gente.

Hace un mes me llamó Hevar Hasan, una periodista de la BBC, y me dijo que Nujeen había sido elegida una de las cien mujeres del año 2018 y que necesitaban mi campaña para ilustrar el nombramiento, y esta semana un amigo me envió un enlace con un vídeo de National Geographic con el que quieren celebrar el 50 Aniversario del aterrizaje lunar del Apolo11, mostrar los sentimientos de asombro que inspira la exploración espacial.

¿Adivinen a quién han escogido como protagonista? ¿quién ha visitado la sede de la Estación Espacial Europea? ¿quién se ha subido a bordo de una nave junto a Alexander Gerst, comandante de la Estación Espacial Internacional ISS? Resulta fascinante como alguien que a priori tenía todo en contra (mujer, discapacitada, kurda, refugiada€), alguien cuyos sueños quedaban tan, tan lejos, nos ha vuelto a dar otra lección: los sueños se cumplen, solo hay que desearlo con todas tus fuerzas.

No sé de qué será capaz Nujeen en los próximos años, imagino que llegará donde ella se proponga. Yo seguiré celebrando cada uno de sus hitos, enviándole un whatsapp cada vez que nuestro equipo gana, siguiendo cada paso de gigante que ella da para lograr que el mundo sea un lugar mejor.

Por cierto, se me olvidó decirles, Nujeen, en kurdo, significa Nueva Vida. Hay veces, pocas, que todo, absolutamente todo, encaja.