James Stewart enseñaba a Kim Novak que el tiempo es una secuoya roja en cuyos anillos se escriben los anales de la civilización. En uno de ellos está el Descubrimiento de América que tanto motiva a Pablo Casado; en otro, la Revolución Francesa; en uno sin determinar está la erupción de Thera que destruyó la civilización minóica, tal vez al mismo tiempo que Moisés anunciaba al Faraón las plagas que asolarían Egipto por su impiedad. Escondido en alguno de los pliegues de la corteza está el beso que abrió tu puerta, lector, a la sonrisa que sorprendo al verte.

Pero si el tiempo es una Sequoia semprevirens, la Historia es una cebolla que se forma capa sobre capa. Una generación sucede a otra, una sociedad a la anterior y una civilización levanta sus cimientos sobre los escombros de la que predecedió. Mi amigo Francisco J. Navarro me explica que la Arqueología es destructiva, pues ha de levantarse la capa del presente para hallar el pasado inmediato y, bajo la capa de éste, se encuentra el remoto. Bien lo saben en Cartagena, donde se lleva a cabo esa destrucción calculada que descubre la Cartago Nova romana asentada sobre las ruinas de la Qart Hadast cartaginesa para mayor gloria de Augusto. De igual manera, Carlos I borró con la Toledo imperial cualquier resto del último bastión de la rebelión comunera tras la derrota de Villalar. Si la Mastia tartésica se oculta en el subsuelo de la ciudad porturaria, no podremos saberlo sin levantar las capas que la sepultaron y en algún momento, que puede ser el más valioso en términos culturales o en cálculo turístico, habremos de detener la excavación.

La Arqueología descubre el pasado con las técnicas del futuro. Para ello recurre tanto a la Estratigrafía, con la que lee los fragmentos hallados en el subsuelo como si fuera un manuscrito destruido por el tiempo, a la Epigrafía para leer las inscripciones, como a técnicas de la Tomografía de contraste similares a las que se emplean en la Radiología, para leer papiros fosilizados por la lava en Herculano. Escanear imágenes aéreas en busca de estructuras constructivas, analizar el espectro de la luz en la pigmentación de los materiales, todo ello es aún más apasionante que las aventuras de Indiana Jones, mas mi amiga Ascensión Andréu también me muestra cómo la Administración puede ser aún más destructiva que la Arqueología, porque la desidia, el abandono, los criterios no científicos que se imponen por jerarquía de rango o las decisiones políticas desacertadas pueden hacer tanto daño como las guerras o el fanatismo religioso.

La Ciencia puede lucubrar sobre cómo vivían y se organizaban los ancestros de los que no guardamos memoria. Empero, poco sabemos sobre las causas de su extinción, pues poco sabemos sobre la desaparición de una civilización, a pesar de las que lo hicieron en periodos históricos abundantemente documentados. Por qué a la Edad del Bronce en la antigua Grecia sucedió una civilización tan luminosa como vio la Atenas de Pericles y, sin embargo, no hay teoría que nos explique por qué se perdió sin rastro la que levantó La Bastida en Totana, siendo tan esplendorosa como Micenas.

Oswald Spengler recurre a la Biología: las civilizaciones nacen, se desarrollan y mueren como cualquier otro ser vivo, a veces sin reproducirse como hizo la grecorromana. Pero si reuniéramos el número de páginas escritas sobre la caída del Imperio Romano, llenaríamos la mayor de las bibliotecas sin hallar una respuesta. Ni siquiera tenemos claro si fue el Cristianismo o las invasiones de los bárbaros la causa, pues el Imperio Bizantino, que fue la Roma oriental, sobrevivió durante otros mil años, siendo cristiana su religión oficial y con un ejército plagado de bárbaros inmigrantes. Catón el Viejo ya apuntaba a la pérdida de los valores y su nieto clamaba contra los demócratas de César, mas fue éste y sus sucesores quienes llevaron a Roma a su momento de mayor esplendor.

Hay síntomas comunes a cualquier decadencia. Cuando una sociedad es gobernada por gente que, dicho en murciano, es poco lista, tal vez deba a que los ciudadanos no somos muy exigentes. La democracia se ve en peligro de extinción cuando recurre a líderes reduccionistas que arengan a las masas tal que en bélicas campañas, con vocablos de intransigencia y de símbolos patrios que no son más que banderas de colores.

El ascenso de los totalitarismos nace del desencanto de la democracia, tal que el sueño de la razón produce monstruos. La corrupción de los líderes, la incapacidad para encontrar soluciones, el recurso a exigir sacrificios en el pueblo mientras se mantienen los privilegios de otros estamentos, el descrédito de las instituciones que no hacen honor a su nombre: Administración, Sanidad, Educación, Justicia, Parlamento. Veo el reverso tenebroso de la democracia que es la plutocracia, leo que Vox irrumpe en el espacio parlamentario y revive los viejos fantasmas del fascismo. Es el caldo de cultivo de los caudillos que claman discursos cargados de odio, discriminación, desprecio al semejante. Si no estamos a favor de humanidad, no podemos esperar nada bueno.

Me viene a la memoria la imagen que plasmara Hitchcock en la gran pantalla: James Stewart colgado del alero de un edificio y mirando al abismo bajo sus pies. Y en ese momento siento un terrible y espantoso vértigo.