Una célebre tradición con el sabor de los cuentos orientales habla de un encuentro inesperado en la histórica ciudad de Samarra, adonde había huido un atemorizado sirviente tras reconocer previamente entre la multitud de su ciudad el rostro de la muerte dirigido hacia él. De nada le sirve la huida pues la muerte, según sabemos, también marchaba a Samarra. La conocida tradición defiende lo inexorable del destino común compartido por todos los hombres. Lo inesperado, inquietante y amenazante se refleja en este extraño e inesperado encuentro. A un hombre de mirada persistente encontramos entre la multitud en el relato de Edgar A. Poe, en él reconocemos una cara recurrente que aparece en todos los encuentros casuales como por misterioso encantamiento. Enigmática presencia que igualmente contemplamos en un relato de Dino Buzzati donde un hombre misterioso aparece simultáneamente en lugares alejados entre sí, como precursor de un funesto final.

El rostro entre la multitud representa la materialización de una amenaza que finalmente se cumple. Reconocer la demoníaca máscara de la muerte que inopinadamente surge entre la masa parecía ocasión exclusiva para el mito, la literatura o simplemente la ficción capaz de idear escenarios terribles como el episodio televisivo de Alfred Hitchcock Venganza en el que una mujer traumatizada por su agresión reconoce el rostro de su violador una y otra vez en personas que encuentra por la calle.

Sin embargo, la yazidí Ashwaq Haji Hamid sufrió un encuentro semejante que por desgracia para ella no sucedió en el mito, sino en la realidad cotidiana de la libre y pacificada Europa. Como víctima del Isis fue esclava, rehén y prisionera sexual en unas crueles condiciones de cautiverio. Su huida, sus padecimientos y humillaciones, y las de otras muchas mujeres como ella, ilustrarán libros de testimonios y memorias que han de escribirse aún. Una vez a salvo y tratando de asumir una vida nueva, lejos de la guerra, como refugiada, denunció un asombroso suceso: había encontrado casualmente a uno de sus antiguos captores en un establecimiento comercial de Alemania. Mientras la policía alemana investiga la denuncia, resulta difícil substraerse a los horrores generados por la guerra en lo últimos años asociados a Estado Islámico. Un suceso de tan solo un segundo reavivó océanos de sufrimiento. No hay parangón con ningún hecho conocido, ni siquiera cuando Corrie ten Boom, superviviente del Holocausto, contó que para su sorpresa después de la guerra un antiguo guardián nazi se acercó a ella entre la multitud para pedirle perdón. El caso de la joven yazidí debió de ser mucho más dramático ya que el antiguo verdugo no pretendía implorar perdón alguno, sino redoblar sus amenazas.

Empezamos a conocer mejor las circunstancias que rodeaban a estas mujeres gracias a los relatos periodísticos y a sus propios testimonios, como el libro autobiográfico La última chica, que cuenta la historia del cautiverio de la también yazidí Nadia Murad (y premio Nobel de la Paz). En el caso del encuentro casual con el rostro del verdugo los detalles aún los investiga la policía y puede que se tarde en esclarecer lo sucedido. Mientras tanto la violación seguirá siendo de las armas más funestas, crueles y desalmadas. En la mayoría de los casos nunca habrá una sentencia condenatoria contra criminales por naturaleza cobardes y escurridizos.

Durante años cualquier rostro entre la multitud seguirá siendo una amenaza que surgirá solo cuando nadie lo espere, o peor aún, cuando seducidos por la esperanza de la paz y dejando las desgracias a la espalda, ya todos piensen que tales episodios pertenecen al fabuloso mundo de los cuentos como los que suceden en Samarra.

La desgracia es el olvido.