Una de las películas infantiles que se ha estrenado en los cines para estas fiestas es El Grinch, un extraño ser de color verde, que parece más un marciano que un humano y cuyo principal cometido es robarle la Navidad a los demás. El huraño personaje no soporta ver a la gente feliz y trata de que la vida de sus vecinos sea tan amarga como la suya. En realidad, el problema del Grinch es que su corazón se empequeñeció cuando era niño, al sentirse despreciado y, desde entonces, vive solo, aislado, malhumorado y resentido. Así, el día de Nochebuena, este extraño ser se disfraza de papá Noel y recorre todas las casas de su pueblo, pero en lugar de dejar juguetes, se lleva todos los que ve y arrambla también con los árboles y adornos de todas las viviendas y de las calles. A la mañana siguiente, tras el impacto por el robo, sus paisanos se reúnen como siempre en torno al lugar que debería ocupar el gigantesco árbol que el Grinch había robado y comienzan a cantar villancicos tan contentos, como si nada. ¿En qué hemos convertido la Navidad?

Cuando era pequeño, mis primos franceses venían a Cartagena a pasar estas fiestas con la familia, pero cuando pasaba la Nochevieja tenían que marcharse, porque empezaban el colegio unos días después. Por allí no pasaban los Reyes Magos. Y por aquí, cada vez menos. Les reto a buscar a Melchor, Gaspar y Baltasar entre los cientos de miles de artículos navideños que se exhiben en nuestras tiendas, grandes superficies y comercios chinos. Cuenten, sin embargo, cuántas veces ven a Papá Noel. Hasta las familias más tradicionales nos dejamos embaucar por esa ola consumista y material que impregna cada vez más la Navidad acompañada de un postureo de solidaridad efímera que olvidamos el resto del año. Nos excusamos en que si los pequeños abren los juguetes el día 6 de enero, no les da tiempo a disfrutarlo, como si lo importante fueran los regalos, como si el mundo se fuera acabar con el inicio de las clases.

Y de belenes mejor no hablamos, porque la presencia de nacimientos con Jesús, María y José ha quedado relegada a la mínima expresión y, en su lugar, empiezan a vendernos maquetas de ferias y paisajes nevados, festivas y coloridas, pero sin pesebres ni bueys ni mulas. Si hasta hemos comercializado el Adviento, que no debemos olvidar que es el periodo con el que la Iglesia inicia el año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. No se trata de ser un beato, un santurrón ni un meapilas, pero transformar ese periodo en un colorido calendario a modo de cuenta atrás en el que cada día se descubre un pequeño regalo o un lacasito es un absoluto disparate, el colmo del consumismo, del vender a toda costa.

Hace semanas, quizá hasta meses, que los turrones y dulces navideños ocupan las estanterías de los supermercados, que los comercios pequeños y grandes nos venden los adornos para estas fiestas. Millones de luces leds componen la iluminación navideña que se ha encendido en nuestras calles esta semana. La Navidad es alegría, fiesta, celebración, un estallido de luz y color, pero Navidad es mucho más.

Navidad es hoy y ahora. No es un cuento de hace 2000 años ni colocar unas figuras de barro sobre un mueble. Navidad es el deseo de ser mejores, de hacer un mundo mejor, de vivir en un mundo mejor, cada día, todos los días. Navidad es nacer cada mañana, despertar con alegría e ilusión para ir al cole, al trabajo o para quedarse en casa. Navidad es compartir, ayudar, entregar, celebrar, regalar, sonreír y llorar de emoción. Navidad es vivir, Navidad es vida. Navidad es hoy, Navidad es ahora, Navidad eres Tú.

Mi hermano pequeño, que ya no lo es tanto, lleva diez años aportando su gran granito de arena para evitar que desaparezca la auténtica Navidad, que nos la roben, que se transforme en algo que no es, que nunca debería ser. Y lo hace con entusiasmo, pasión, generosidad y entrega. Todos los años, desde hace una década, crea un villancico nuevo. Utiliza una melodía de moda y la adapta con su propia letra. Su obra sirve para felicitar la Navidad a toda la comunidad educativa del colegio en el que trabaja como profesor y ditector del conservatorio.

Probablemente, cuando empezó con esta aventura con aquel primer villancico con la canción de Michael Jackson Heal the world (que significa sanar el mundo) no era del todo consciente de que puede estar contribuyendo a hacerlo más de lo que se imagina. Sus villancicos han navegado por todo el mundo y han alegrado la vida de miles de niños y sus papás en multitud de colegios, pero también la de ancianos que abandonamos y olvidamos en residencias. Ahora, su esfuerzo y el de quienes le han ayudado se ve recompensado con la edición de un CD que es una auténtica joya para disfrutar, pero cuyas letras, las de mi hermano, se rebelan contra el fin de la Navidad con la que nos hemos criado, contra la Navidad que nos quieren imponer. Sus mensajes son una llamada a preservar las costumbres y tradiciones. Y lo hace cantando, con música de hoy, con alegría.

Porque la luz y el color desbordante de estos días han de iluminarnos para que nos demos cuenta de que la llegada de la paz y el amor que trajo el niño Jesús son tan necesarios hoy como en aquella primera Navidad. Basta con mirar alrededor para comprobarlo.

Nuestra Navidad es única, es universal, es nuestra y debemos compartirla, celebrarla por todo lo alto, pero sin dejar que la desvirtúen, la manoseen, sin dejar que nos la roben, como quería hacer el Grinch con sus vecinos, a los que les birló sus regalos y sus abetos con bolitas de colores, pero no les pudo quitar la ilusión, la esperanza, la alegría. No les pudo robar la humanidad.

Gracias, hermanico. Y gracias a todos los que avanzan a contracorriente y siguen abriéndole camino a Melchor, Gaspar y Baltasar para que nos sigan trayendo cada Navidad el mejor regalo.