Últimamente paso muchos ratos en el Dalia. No me malinterpretes, está al lado del juzgado y de mi oficina, así que es un sitio ideal para reunirte o para aprovechar ratos muertos. No soy la única, de hecho el otro día había sentado en una mesa un compañero (como se llaman entre sí los abogados) bastante veterano, con un portátil como el mío, y con toda la mesa llena de papeles, desperdigados y ocupándolo todo, pero ordenados. Tenía toda la pinta de estar preparándose su juicio. Súper concentrado. La vida del abogado, hija.

El Dalia no es sólo un punto de avituallamiento. Es el lugar donde tomar un café (o una tila) antes de hacer tus gestiones o de ir a tus juicios. Donde le repites al cliente, o al testigo, lo que va a suceder durante la vista o la comparecencia, y lo que probablemente les van a preguntar. A veces da igual, porque algunos se ponen nerviosísimos, y en el momento preciso se olvidan, o responden justo lo contrario de lo que vieron u oyeron el día de autos. Otros, cuando les preguntan, o cada vez que el juez dice algo, me miran, como esperando una traducción simultánea. Di lo que quieras, pero es que el juzgado da miedo.

Y como el Dalia está enfrente, pues allí hay de todo. Allí te encuentras con ricos y pobres, fachas y rojos, gitanos y payos, currantes y parados. El otro día se me sentaron al lado una pareja madurita de, digamos, personas maltratadas por la vida. Él llevaba pinta de ser un profesional del tirón del bolso, como poco, y a ella le faltaban todos los dientes de arriba. Digo yo que por eso pedirían ensaladilla. Ella estaba eufórica y le pidió a Antonio que pusiera una para cada uno. Y dos cervezas. Hoy no compartían. Yo por si acaso acerqué mi bolso. Luego, al ver mi cocacola zero, y mis cuatro o cinco servilletas estrujadas encima del plato (odio mancharme las manos) pensé quién sería, entre ellos y yo, el que se había equivocado de sitio. En realidad ninguno. Porque en el Dalia es donde se ve que no todos los payos son santos, ni todos los delincuentes son gitanos. Así que seguí con mi almuerzo, quién sabe dónde estaré yo mañana, ni cuándo será un festín la ensaladilla.

Tiene el Dalia una ventana afuera y otra en un lado, con terraza. Yo, por si acaso invado alguna zona vedada, siempre me pongo dentro, en la barra. Me parece una zona franca, y no me muevo de allí salvo que me invite alguien a cambiarme de sitio. Si vas un día al juzgado, pásate por allí y pídele a Antonio algo. Y siéntate a la barra: además de zona franca, es un sitio desde el que se ve todo el bar, salvo las mesas que quedan a tu espalda (todo no se puede, hija). Verás una representación real de la población en general. Se podrían celebrar elecciones allí y saldría un resultado bastante aproximado del escrutinio general. Es verdad que hay que pasar un día entero en los juzgados para entender muchas cosas de la vida.

A veces parece el café de Doña Rosa, ese sitio por el que pasaban los personajes de La Colmena, la novela de Camilo José Cela. ¿Cómo se llamaba el sitio? ¿Era El Continental? No me acuerdo. Se lo preguntaré a Pepi, que es filóloga y seguro que lo recuerda. No me digas que no es un sitio así. Hombre, en los personajes de la novela la diversidad económica se limitaba a pobres algo afortunados, o pobres desdichados, pero por lo demás, la condición humana sigue igual.