Mañana se cumplen cuarenta años de la aprobación de la Constitución que todos los españoles nos dimos en 1978. Incluidos los catalanes, que ahora niegan la mayor, pero que no pueden borrar que la Constitución fue aprobada, en Cataluña, con un 90% de los votos, sobre un 67,9% de participación, siendo lo más significativo que el altísimo apoyo catalán a la Constitución de 1978 fue un poco más alto que la media española, siendo el voto negativo catalán (4.61%) mucho más bajo, por ejemplo, que los de Cantabria, Castilla-La Mancha y Madrid. Incluso hubo dos diputados catalanes entre los siete ponentes constitucionales: Jordi Solé Tura y Miquel Roca Junyent.

Pero hasta construir una constitución que gustase a la mayoría. Hasta dotarse los españoles de lo que hace libre a un pueblo, su Carta Magna, todos y todas, tuvimos que recorrer un largo camino. Un camino difícil y muchas veces peligroso. Por eso nos entristece cuando comprobamos que algunos, que no vivieron por edad aquella época convulsa y difícil de España, se permitan hablar de la Transición democrática, de la Constitución española, con el desprecio con el que lo hacen.

Al parecer, ignoran que aquellos juristas que trabajaron en la elaboración de la Constitución española, aquellos periodistas que ponían en peligro sus vidas para contar la verdad (de 1976 al 78 murieron dos periodistas y varios fueron atacados), aquel pueblo que salía a la calle pidiendo amnistía y libertad luchaban contra las sombras de un Ejército fiel al dictador, de una ultraderecha envalentonada y amenazante, de una Policía a la que había seleccionado el régimen y de unos grupos terroristas, ETA, GRAPO y FRAP (este se disolvería en 1978) y de grupos de ultraderecha que no ayudaban nada a que las cosas se pudiesen ver de manera sosegada y tranquila.

Difíciles circunstancias que se solventaron para hacer posible una democracia plena, gracias a una buena Constitución. Una Constitución, y como consecuencia de ello una democracia que permite ahora que algunos ignorantes critiquen la Transición como si hubiese sido posible hacerlo mejor. Da la sensación de que hubiesen preferido otra guerra civil, como la hubiesen preferido las gentes de ETA y grupos de extrema derecha, que incrementaron sus atentados tras la Ley de Amnistía promulgada tras la muerte de Franco, porque confiaban en entrar en una espiral de acción-reacción que llevara a una situación difícil de soportar para, como consecuencia de ello, obligar a un cambio revolucionario. Como lo que buscaba la llamada matanza de Atocha de 1977. Un atentado cometido por terroristas de extrema derecha, en el centro de Madrid, la noche del 24 de enero de 1977: cinco abogados fueron asesinados, lo que marcó trágicamente la Transición española iniciada tras la muerte Franco.

En mi opinión, el contenido de la Constitución no se entendería sin hablar de la situación de España tras la muerte de Franco. Sin hacer un recorrido por la tensión que creaban diariamente ETA y la ultraderecha. Sin acordarnos de las amenazas, un día sí y otro también, de golpes de Estado por parte de un Ejército muy unido a Franco. No, la Constitución no se entendería sin todo ello, porque todo eso nos muestra la generosidad de todos los partidos políticos para ceder en sus exigencias y buscar el consenso y el bien común. Los periodistas que trabajábamos en aquellos momentos en Madrid sentimos con gran intensidad todo lo ocurrido porque tuvimos una relación directa con todo ello. Yo viví la noche del 23F ante el micrófono de RNE, con el Ejército deambulando por los pasillos de la Casa de la Radio, y recuerdo todo lo ocurrido con admiración hacia todos los españoles que hicieron posible la democracia porque supieron tener sentido de Estado. Algo que ahora echamos en falta.

Todo es susceptible de mejora, pero aquella fue la mejor Constitución posible.