Cada año, por estas fechas, Hacienda, o Loterías del Estado, que es lo mismo pero la parte lúdica y festiva, no por eso menos recaudatoria, del erario público, nos inyecta en vena el anuncio institucional de la Lotería de Navidad. Hay que mover los corazones en dirección al bolsillo. Siempre tocando la fibra del ciudadano. Eso ayuda a que el contribuyente forme largas colas de voluntarios ante los expendedores de ilusas ilusiones. Jamás se ha contribuido a las arcas del Estado con tanto afán y alegría? Este año, Juan, un tipo solitario, resentido y mezquino, egoísta e insolidario, que se ve atrapado en una especie de Día de la Marmota que le permite prever que el premio gordo de Navidad es el que le ha ofrecido la señora de su bar de la esquina, y que rechaza sistemáticamente por su malla follaíca congénita, se apresura a comprarlos todos. No sé si para enriquecerse él solo en el barrio, o si para joder a los demás, o ambas cosas a la vez. Pero ¡oh, milagro del navideño espíritu! de repente se vuelve humano, se solidariza con una pobre chica en desgracia, y se convierte, por arte del guionista, en el ser más generoso sobre la tierra, compartiendo, incluso fiando, su premio con ella. Un cuento perfecto, al mejor estilo de Charles Dickens, para tan inefables fechas.

El mensaje es meridianamente claro: comprar Lotería de Navidad significa compartir. Nos convierte en seres generosos y sensibles, fomenta la solidaridad humana. Guay, requeteguay. Pasemos todos por taquilla con flores a María, que madre nuestra es? donde se nos expenderá carnet de solidario institucional. Ya no se trata de hacernos ricos, millonarios, de agarrar un buen pellizco que cubra nuestras leves o pesadas necesidades, no; se trata de (redoble de tambores, por vafor), ¡compartir! ¡Y vaya si compartimos! Primero con Nuestra Señora de Hacienda, que agarra su 20% cuando le abone un premio que usted (y otros como usted) se ha financiado previamente comprando el décimo? y luego le espera al año siguiente en su declaración de la renta para volver a ordeñarlo por lo mismo. Después ya tendrá usted sus agujeros que tapar y, de paso, por los que también cotizar, en IVA y tonterías varias.

La estrategia es clara: utilizar estereotipos humanos para idealizar un acto que es de pura naturaleza egoísta, no menos humana por otra parte. Compro para ver si me toca a mí, no para que toque a los demás, claro. Pero, naturalmente, con el enjuague de entrañas tras pasarnos el mensaje publicitario de Navidad, viene a ser algo así como la limosna que se da para tranquilizar la conciencia. O como aportar nuestro óbolo en las diferentes campañas navideñas para tratar de equilibrar el absurdo consumismo al que nos dedicamos en estos días. Obedece al mecanismo psicológico de la compensación. Me asocio a tal ONG contra la explotación infantil, por ejemplo, para reequilibrar que luego compre en tiendas cuyos artículos bien sé que se fabrican con tan inhumano método, porque me ahorro mi buen dinerito. Es como aquel «no desperdicies la comida, cómetela, que hay negritos que pasan hambre», como si fueran a dejar de pasarla si tú te inflas. La cuestión es que la conciencia es una maquinaria muy delicada, a la que hay que engrasar de vez en cuando para que no chirríe y nos despierte de nuestro plácido y autotejido sueño. Y existe la conciencia social, igual que existe la conciencia personal. Lo malo es cuando queremos diluir la segunda en la primera, como en este caso.

Que esa es otra. Solemos (o nos suelen) fabricar prototipos sociales que nos conducen a ello. Por ejemplo: las personas extroverdidas, sociables, que hacen de su vida una continua e intensa relación, una inacabable sucesión de eventos, comidas, cenas, saraos y fiestas, suelen ser seres generosos, solidarios, etc., mientras los adustos, solitarios e introvertidos son todo lo contrario, egoístas encerrados en sí mismos. Sin embargo, esto es una visión demasiado simplista y estereotipada. Es posible que lo primero sea una huida, personas que les da miedo estar a solas consigo mismas, que les espanta la introspección, el análisis íntimo, la meditación, y que utilicen su sociabilidad como una vía para escapar de sí mismas. Puede ser. Como también conozco algún tipo solitario, amante de su intimidad, de su discreción, que está asociado a una docena de ONGs y colabora con todo quisque. Que lo que ha hecho, como humildemente confiesan no sin cierta vergüenza a pocos íntimos, es porque prefieren gastar lo que consumen en 'comicenas', en estas otras cosas. Simplemente han cambiado un cromo por otro. Y sin proclamarlo ni presumir de nada, sin aspavientos farisáicos, que también abundan mucho en estas fechas, por cierto.

Por eso yo no creo en los Juanes del anuncio, donde se obra el milagro de la conversión instantánea, en vez de ser un lento proceso de maduración. Puede ser, pero no es normal. Lo normal es que en los Juanes raritos y encerrados en su aislamiento haya de todo, egoístas y generosos, solidarios e insolidarios, sensibles e insensibles? o maravillosas personas con apariencia de ogros. Pero no me cuenten más cuentos, por favor.